miércoles, 11 de febrero de 2009

MAURITANIA, EL VIAJE SOÑADO (y parte 7)

Entrar en la gran ciudad con sus calles, su tráfico denso aunque fluido y el permanente adelantamiento de carros de burros, nos choca, después de días de arenas y veredas. En esta urbe no se ven aceras, se conduce a veces contramano y cada cual aplica su propia ley de la prioridad. Se toca el claxon pero no es habitual escuchar fuertes discusiones por la circulación. Los mercados que visitamos los siguientes días así nos lo corroboran. Diferente es la negociación para las compras, en la que se contraponen cifras una y otra vez. Nosotros, por el idioma, tenemos que delegar el regateo, pero somos testigos del pulso que a veces se hace largo y duro. No es tan dulce y lastimero como suele ser en Bolivia pero tampoco tan fuerte y agresivo como en Tánger, pero sí permanente y continuo.
A la playa se puede acceder en pocos minutos pero saliendo al norte de la ciudad puede encontrarse un trecho arenoso, limpio y recto realmente bello por solitario y salvaje. Los camellos, como siempre, pastan sueltos hasta el mar, con un cielo claro de tonos rojizos al atardecer. La estampa es idílica, así lo vivimos nosotros, sin molestia alguna, una pareja que recién llega y un francés que se hizo construir sobre la arena una casa de madera bellísima, aunque sencilla, desde donde escuchar el rumor de las olas.
En Nouakchott los contrastes en la población son llamativos. Esta ciudad, fundada como capital hace unos cincuenta años solamente, sobre las dunas junto al mar, ha atraído a gente de todas partes. Hay extranjeros europeos al calor de embajadas, organismos internacionales y empresas privadas, sobre todo franceses. También comerciantes sirios, marroquíes y de otras nacionalidades islámicas que vinieron a buscar una vida mejor. Pero los grupos más llamativos son los que llaman moros, ya sean más blancos o morenos de piel, de frente ancha, con turbante ellos y melafas ellas, y los que llaman negros, de pelo rizado, piel muy oscura, con mayor variedad de vestimenta. De ambos colectivos se ven individuos occidentalizados, pero quizás entre hombres negros se ve más el pantalón y la camiseta sin el babá ancho moro. El resultado es una imagen donde se cruza el joven de chilaba y cabeza descubierta de la mano de otro, la mujer alta y voluminosa negra de pañuelo en la cabeza y vestido ceñido de colores estridentes, el anciano moreno con babá azul de bolsillo delantero lleno de utensilios y turbante apretado y la chica envuelta en su melafa que solo deja ver pies, manos y ojos. La convivencia es aparentemente normal. Se vive en la misma calle, se comercia en el mismo mercado y se comunican entre sí sin dificultad visible, aunque no se ven parejas mixtas ni mestizajes claros.

Las playas cercanas están llenas de basuras, unas las trae el mar, otras el viento y muchas más son depositadas por las gentes y, sobre todo, por los camiones. Una lástima pues aún conservan su virginidad y belleza, además de ser una costa no explotada por el turismo depredador. Sí están llegando las urbanizaciones de casas adosadas que avanzan por el desierto como una epidemia hacia los cuatro puntos cardinales de esta capital. Algunos incluso dejan atrás los suburbios densamente poblados donde se suceden los habitaciones de lata, malas maderas, telas y plásticos en una miseria sobrecogedora. Las calles de tierra agujereada, cabras sueltas, niños desnudos y jóvenes aburridos se ven por todas partes. Todos son negros y no demuestran la supuesta alegría del pobre. Dispersos por el barrio hay mezquitas igualmente precarias, tiendas pequeñas y locales expendedores de agua, que, previo pago, se puede comprar. También se llenan bidones de petróleo sobre carros tirados por los maltratados y pequeños burros y se vende el líquido esencial en otras partes del suburbio. Se ven antenas de adormecedoras televisiones y cables eléctricos suspendidos en el aire pero no sabemos qué condiciones se viven en estas básicas infraviviendas hacinada junto a otras sin delimitación visible de espacios. También se pueden ver los viejos mercedes de taxi junto a niños pequeños, sucios y solos en medio del polvo.
El otro día conocimos a un extranjero que vive en Mauritania hace tiempo y nos hablaba de una clave aterradora para conocer el país: la desesperanza.
parte 7 y última
enero 2009

1 comentario:

  1. Fantástico Vicente. He leido todas las entradas y te transportan a otro mundo conforme vas leyendo.

    Te he añadido a mis blogs favoritos y seguiré con atención lo que esribes.

    Un abrazo fuerte.

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