Paramos a comer a media distancia de unas jaimas y, al cabo de unos minutos, dos hombres con sus camellos y un buen grupo de mujeres con sus niños y niñas nos estaban rodeando. Se acercan prudentemente pero se sientan junto a nosotros entre sonrisas y saludos, nada puede hablarse por la barrera idiomática. Parece ser una simple visita de cortesía, algo relacionado con el mandato coránico de hospitalidad o con la necesidad de, en medio del desierto, encontrarse con otras personas. Sacan unas telas donde se exponen puntas de flechas, hachas líticas y alguna artesanía tradicional muy rústica, de la que nos gustan a los turistas. También es buen momento de comerciar un poco y recolectar algunos productos difíciles de conseguir como botellas vacías, leche de vaca, algún medicamento, además de galletas o pan de molde que los extranjeros regalamos. La sensación es extraña por inusual y más naturalidad muestran ellos que nosotros. Por nuestra costumbre colocamos la comida en el centro y nos sentamos rodeándola para así llegar todos, pero al estar estos visitantes fuera del círculo y quedar éste tan cerrado pareciera, si mirásemos desde lejos, que protegiéramos la comida y nos apiñáramos como una fortaleza. Nuestros niños son los que expresan más claramente el desconcierto, miran con descaro y desconfianza, se cambian de sitio y buscan protección acercándose unos a otros, mientras tanto los adultos no decimos nada, pero comemos en menos tiempo que nunca, apenas intentamos conversar, ni entre nosotros, y se palpa el nerviosismo.
El camello no parece un animal especialmente dócil. Grita y muestra sus dientes de forma agresiva, incluso cuando el dueño le manda sentarse para ser montado. Es necesario pisar la cuerda para que sienta la presión en su hocico hacia el suelo. Es brusco al levantarse, como si esa postura, tumbado sobre sus patas, le fuera incómoda o dolorosa, lo que hace que la silla, bien atada a la joroba, se meza violentamente hacia delante y hacia atrás después, con lo que debes estar bien sujeto y prevenido al centro de la montura. No fue mi caso, por lo que protagonicé una escena vergonzosa elevando las piernas por lo alto y estando a punto de perder el equilibrio, lo cual hubiera sido penosos y hasta peligroso, pues el animal te lleva a más altura que una persona.
parte 4
enero 2009
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