jueves, 26 de febrero de 2009

CARNAVALEANDO EN TARIJA, BOLIVIA (2)

Desde mediados de febrero o antes los niños comienzan a ensayar. Amiguetes por la edad, hijos de amigos y compañeros de trabajo, sin necesidad de anuncios en el periódico, ni publicidad, ni llamadas telefónicas, los chiquillos se avisan que se está organizando un grupo folklórico para salir a bailar en Carnaval. Aparte de las academias de baile, más elitistas y perfeccionistas, por no decir privadas y costosas por la cuota a pagar y los trajes a usar, se arman en los distintos barrios grupos de niños y niñas, y de mujeres también, que ensayan para salir en una comparsa. La alcaldía incentiva esta costumbre con pequeños premios por el número de personas, la gracia en el baile, la originalidad, la fidelidad a la tradición, etc., suficiente para animarles a hacerlo bien, lo mejor posible, y tratar de conseguir uno de estos trofeos para comprar camisetas con el nombre del grupo, cohetes para festejar o petardos para animar. Los jóvenes que lideran estos grupos y que enseñan a los pequeños a bailar pacientemente, día tras días, ya en la noche, lo hacen voluntariamente, sólo por el orgullo de aportar a la fiesta. El coste de inscripción es cero, a pesar que es necesario un pequeño equipo de música y los discos correspondientes para el ensayo. Sólo hay que contar con el coste del traje, el típico de las ojotas (sandalias sencillas de charol), el pantalón oscuro con una cinta llamativa cosida en los laterales (que puede servir el del colegio, que siempre es oscuro), la camisa folclórica de tocuyo (lienzo moreno) con flores bordadas, el sombrero chapaco, la pañoleta y el chalequillo de colores brillantes.
Lo más interesante es lo generalizado de la participación, con grupos por casi todos los barrios, gente ensayando en la calle y muchas ganas de estar allí. En cualquier lugar encuentras un cable que sale de una casa, apenas cubierto por una tabla o un ladrillo, y que llega hasta un reproductor de música colocado en una acera ancha o una plaza. Con eso ya está toda la infraestructura montada, la financiación conseguida, los permisos concedidos, la personalidad jurídica legalizada. No puedo evitar recordar lo vivido en otros lugares con respecto a las asociaciones, a las convocatorias de subvenciones, a las quejas de los organizadores de actos culturales con respecto a la poca ayuda de la Administración, a las quejas de la Administración con respecto a un papel o un requisito que falta, etc, etc.
Y lo más importante es la gente, que haya gente, que no llegue demasiado tarde al ensayo, que nadie quede fuera por no poder comprar una parte de la ropa, que se consiga prestado esto o lo otro para que nada falte, que todo quede lindo y que se disfrute mucho. No hemos visto una mala cara, un enfado. El grupo era de unos sesenta, unos quince niños y cuarenta y cinco niñas, organizado por un solo impulsor, con la ayuda de algún familiar en ocasiones.
El baile no es difícil, una vez que coges el paso es repetitivo. Hacen un baile en dos filas que avanzan en línea y vuelven una y otra vez, al ritmo del erque. Luego, ya con música grabada, pero con un paso muy similar se interpreta la cueca. Es un baile en pareja, con dos partes, la primera y la “segundita”, y tres tiempos en cada parte, con contoneos entre el hombre y la mujer, y subidas y bajadas de brazos con extorsión de las muñecas…contado así parecen sevillanas. Algo se parecen. Los bailarines se acercan y alejan, se cruzan, bailan frente a frente y luego juntitos con el brazo de él por encima de ella y suele finalizar con el chapaco rodilla en tierra. Muy lindo.
El sábado, con cuatro días de ensayo, nos propone el “profesor” del grupo que Jesús, con dos chicos más, se presenten a la elección del rey del carnaval infantil. Le buscamos la ropa típica, que aún no la tenía, le insistimos en el paso a dar para el momento de salir al escenario ante todo el mundo y allá fuimos. Supongo que el pelo larguito y medio rubito habrá sido importante, así como la capacidad de relacionarse porque el paso aún no ha sido interiorizado.
Nos citaron a las nueve de la mañana en un parque donde se iba a celebrar el acto. Comenzaría a las nueve y media. Por supuesto a esa hora no había casi nadie. El día estaba agradable. Había llovido en la noche y había algunos charcos. El cielo estaba nublado, pero se abría de vez en cuando. Suficiente para no quemarnos a pleno sol ni mojarnos. El acto comenzó a las once, con los chicos desesperados. Hubo actuaciones, palabritas de varias autoridades, y fueron saliendo uno a uno niños para el concurso de disfraces. Debieron ser más de treinta. Luego una actuación folclórica. Posteriormente los candidatos a rey del carnaval infantil.
Jesús salió más bien serio, tratando de hacer el paso al ritmo del erque, con su sombrero en la mano. Daba saltos de un lugar al otro, se acercó al filo del escenario, hizo su semicírculo amplio, un poco rápido, y en la puerta de salida dio una vuelta y un brindis con el sombrero. Mientras tanto su grupo hacía “barra”, es decir, gritaba, le animaba, le nombraba, saltaban, hacían sonar sus silbatos,…muy bonito, realmente, pues la barra la componen chicos y chicas que no han sido elegidos para ser candidatos.
En total salieron unos quince niños de entre siete y doce años, Jesús era de los más pequeños. Luego las niñas, pero ellas eran cerca de cuarenta. Salían de una en una, alguna cantó algo, luego por tandas de diez. El acto se hizo tremendamente largo y cansado, ya hasta la emoción de saber el resultado se iba diluyendo y perdiendo. Llegó la hora habitual de comer en Bolivia, las doce, llegó la una. Las dos eran cuando leyeron el fallo del jurado. La elección de una reina, una princesa y una dama, un rey, un príncipe y un heraldo, pareció defraudar a muchos. Parece que fueron elegidos parientes del Consejo Municipal, venidos de academias de baile, y hubo quien protestó y gritó “fraude, fraude”, pero lo mejor es que acabó todo.
Jesús no había vivido con intensidad la competencia. No le dio tiempo ni nosotros le dimos nunca importancia, pero había chiquitos decepcionados. Probablemente, más contagiados por las actitudes de los adultos que por entender realmente la significación, o la poca significación, de lo vivido.
Curiosa experiencia la vivida. Lindo el ambiente y el día completo.

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