Constantemente vemos camellos (realmente dromedarios de una joroba) pastando aparentemente libres en los llanos. Es más que probable que sus dueños estén al tanto de su localización y seguro que los recuperan cuando lo desean. A veces se ve a un hombre en un alto oteando el horizonte, cayado en mano, y de hecho cada tarde, al acampar, hemos recibido visitas al tiempo de llegar. No parece tan desierto este desierto. Pero ha habido un momento especialmente espectacular en el manejo de la camellada. Al entrar en un oasis, sensación
suficientemente impresionante por sí misma, fuimos rebasados por cuatro o cinco camelleros subidos a sus coloridas monturas, seguidos de un rebaño de cerca de cien ejemplares, pequeños y grandes, oscuros y blancos, jóvenes y ancianos. El oasis se ha formado alrededor de una acumulación de agua en el fondo de un hundimiento de piedra en forma de U, al que también deben volcar las pocas lluvias que haya al año a través de una enorme placa de piedra que, inclinada parece más un tejado que el propio suelo. Al llegar a esa depresión, rodeada de grandes litos superpuestos por la naturaleza, el grupo de camellos que antes vimos estaba acorralado por los pastores que, ya bajados de sus monturas, mostraban rostros adolescentes y hasta infantiles. Giraban sus sogas, con las que golpeaban los lomos de los animales, que a su lado parecían gigantes, y les hacían ir a beber por turnos. Es admirable cómo en medio de este gran desierto puede haber espacios con tanta vida. El sonido reverbera en este hueco de piedras entre el ruido de las patas de camellos chapoteando en el charco, los gritos de los pastores y los chasquidos de los latigazos que dan a los animales para tenerlos en un terreno circular tan reducido. Terminada la faena, los chicos arreglan sus turbantes, montan en sus cabalgaduras y se marchan despidiéndose entre risas y comentarios adolescentes. Un camello grande y de aspecto maduro y dominante comienza a caminar lentamente hacia la salida del web, ningún otro le adelanta y no hay humanos que los guíen. Camellos viejos, jóvenes, camellas con sus crías, van siguiendo al líder hasta quedarse todo vacío y completamente en silencio.
Hay pozos normalmente en las tierras más bajas, en lo que parecen ramblas, cauces secos de ríos temporales. Son agujeros en el suelo, sin brocal ni protección alguna, donde se congregan burros, al frescor de la mínima humedad, y personas que usan un esportón de goma o plástico atado a una cuerda con el que extraen el tan preciado líquido. Unas veces está turbio y arenoso, pero otras sorprendentemente transparente. El orificio está apuntalado rústicamente con maderas y no tienen más de un metro de diámetro. Al parar a repostar agua se acercan chiquillos y mayores, a veces piden algo incomprensible para nosotros y otras se limitan a mirar con caras de sorpresa.
parte 5
enero 2009
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