(sobre la igualdad entre mujeres y hombres)
En una época en la que se utiliza la imagen del hippie en un anuncio de la televisión entusiasmado por la televisión de pago, como símbolo de la incoherencia y del interés universal por la programación hegemónica, es aún más importante reivindicar aquellos movimientos de los sesenta, “padres y madres” de gran parte de los avances que ahora disfrutamos o, al menos, portavoces de una nueva visión para un mundo mejor. El pacifismo, el ecologismo, la educación popular, la participación ciudadana, el conflicto norte-sur, etc. no serían hoy protagonistas de muchas acciones políticas y sociales sin las aportaciones de aquellas corrientes críticas. Es más, en ocasiones, tenemos que desempolvar aquellos libros, antiguos videos y cintas magnetofónicas para ver qué capacidad visionaria tuvieron, qué actuales son o cuánto nos queda aún por sobrepasarlos.
Para el asunto que nos ocupa, toman aún más interés aquellos movimientos por lo que supusieron de espíritu crítico y de reconstrucción de modelos sociales, políticos y sexuales. Es de interés la aportación queer con respecto al mosaico de vivencias sexuales, por la reivindicación radical de la heterogeneidad y diversidad, también en el mundo de lo sexual, que, desde bebés, incluso antes, nos han estado transmitiendo como dual, simple e interesadamente dicotómica. Mucho debemos preocuparnos en difundir esta idea especialmente entre nuestra juventud e infancia, si queremos que realmente se respete la igualdad y el derecho a elegir nuestra propia identidad, reconstruirla y reconstruirla.
Existe realmente un “régimen normativo de género” que, por más leyes que se aprueben (por cierto, tímidamente) para el fomento de la igualdad entre mujeres y hombres, está siendo tremendamente difícil superar. Los medios de comunicación (televisión, radio, prensa,…) y de reproducción (instituciones como la escuela, la iglesia, el estado, el ejército, la policías, los gremios corporativistas, así como la publicidad, la familia o las producciones llamadas culturales) están siendo tremendamente permeables a los cambios en materia de género. Los poderes económicos y políticos también están haciendo poco o nada para modificar esta situación.
Lo cierto es que ni feministas liberales, ni radicales políticas, ni radicales feministas han podido revertir el proceso. Se hace necesaria la colaboración de toda la sociedad, en una visión crítica del modelo, del régimen impuesto de desigualdad, para alcanzar el objetivo de la igualdad plena. Siguiendo esta misma aureola integradora: Si lo personal es político, lo político también ha de ser personal, o quizás no tengamos que elegir entre lo político y lo personal, entre lo personal y lo político.
Enlazando con la cuestión de los cuidados, ¿no podríamos hacer de la asunción igualitaria de los cuidados por parte de los hombres una bandera reivindicativa? ¿No generamos polémica en nuestro pueblo cuando salimos a la calle, escoba en mano a barrer, cuando salimos a la terraza a regar las macetas, cuando en un grupo de amigos renunciamos a vernos una tarde por cuidar de nuestro bebé o de nuestros progenitores, cuando pedimos un día libre para acompañar en una excursión escolar? Lo personal es político.
Pero también deberíamos empezar a llevarnos a nuestros/as hijos/as a las reuniones de comunidad, del partido o de la asociación, escribir sobre los cuidados y nuestra responsabilidad en la comunidad de convivencia en la que vivimos, comentar públicamente nuestra dificultad para conciliar la vida personal y social, cuando, venciendo el empuje cultural hegemónico, lo intentamos. Lo político es personal.
Quizás no haya que elegir entre lo personal y lo político, la dicotomía de estos ámbitos sea también artificial o interesadamente rígida. La vida sea, como se ve en otros momentos de nuestra historia y en culturas campesinas y originarias, más integrada, más global e interrelacionada en sus diferentes elementos.
viernes, 3 de julio de 2009
ME HA MIRADO EL TUERTO
(historias del pueblo)
Cada vez que me traigo a casa a mi madre para pasar una temporada, pues ella está delicada, le pasa algo. Una vez se cayó en la puerta y se rompió un brazo. En otra ocasión por poco se muere, hubo que llamar a urgencias. Y en la última venía mala, recién operada de la cadera, casi sin poder andar.
Pero es que mi hija ha estado enferma varias veces, a pesar de ser una niña. Le han dado mareos y ahora no para de molestarle la barriga.
Hasta yo creo que veo menos.Me parece que me ha mirado el tuerto.
Cada vez que me traigo a casa a mi madre para pasar una temporada, pues ella está delicada, le pasa algo. Una vez se cayó en la puerta y se rompió un brazo. En otra ocasión por poco se muere, hubo que llamar a urgencias. Y en la última venía mala, recién operada de la cadera, casi sin poder andar.
Pero es que mi hija ha estado enferma varias veces, a pesar de ser una niña. Le han dado mareos y ahora no para de molestarle la barriga.
Hasta yo creo que veo menos.Me parece que me ha mirado el tuerto.
EL DE LAS TRES MUJERES
(historias del pueblo)
El otro día vino a verme Juan, el de las tres mujeres, nos cuenta el Alcalde. Me pidió que le diéramos una vivienda adecuada al tamaño de su familia, compuesta por sus hijos, sus hijas y sus tres mujeres.
Cuando muy joven, Juan se casó con una muchacha del pueblo con la que tuvo una hija, pero pronto el matrimonio fracasó, decidieron separarse y ella se marchó a la costa, donde había mejores posibilidades de trabajo. Juan va a verla a menudo, a ella y a la niña, se queda algunos días o el fin de semana, compartiendo casa y lecho, aunque de manera esporádica y no habitual.
Más adelante conoció a una mujer con la que creó una familia. Tuvieron dos hijos, con los que convive en el pueblo, de forma aparentemente convencional, hasta hoy.
Pero hubo un momento en que otra mujer, más joven, entró en la vida de Juan, y también en la de su esposa y sus hijos, la de la casa en el pueblo. Ella entró en la familia, como una más, y tuvieron un hijo común, que comparte espacio con sus hermanastros felizmente.
Juan, por tanto, tiene tres mujeres y descendencia con cada una. Con una convive de vez en cuando y con las otras dos de manera habitual. Aparentemente todo funciona bien. Las tres se conocen entre sí, dos residen en el mismo hogar y uno cohabita con las tres.
El otro día vino a verme Juan, el de las tres mujeres, nos cuenta el Alcalde. Me pidió que le diéramos una vivienda adecuada al tamaño de su familia, compuesta por sus hijos, sus hijas y sus tres mujeres.
Cuando muy joven, Juan se casó con una muchacha del pueblo con la que tuvo una hija, pero pronto el matrimonio fracasó, decidieron separarse y ella se marchó a la costa, donde había mejores posibilidades de trabajo. Juan va a verla a menudo, a ella y a la niña, se queda algunos días o el fin de semana, compartiendo casa y lecho, aunque de manera esporádica y no habitual.
Más adelante conoció a una mujer con la que creó una familia. Tuvieron dos hijos, con los que convive en el pueblo, de forma aparentemente convencional, hasta hoy.
Pero hubo un momento en que otra mujer, más joven, entró en la vida de Juan, y también en la de su esposa y sus hijos, la de la casa en el pueblo. Ella entró en la familia, como una más, y tuvieron un hijo común, que comparte espacio con sus hermanastros felizmente.
Juan, por tanto, tiene tres mujeres y descendencia con cada una. Con una convive de vez en cuando y con las otras dos de manera habitual. Aparentemente todo funciona bien. Las tres se conocen entre sí, dos residen en el mismo hogar y uno cohabita con las tres.
TENDRÉ QUE IR A VOTAR
(historias del pueblo)
En las últimas elecciones no fui a votar, la yegua iba a parir y estuve a su vera todo el día. Al final se me hizo tarde. A los pocos días el Alcalde se encontró con mi cuñado y le preguntó por qué yo no había ido a votar.
Estoy pendiente de un permiso de obras del Ayuntamiento para la casilla del motor, esta vez voy a tener que ir a votar.
Pero además, yo no sé qué tengo que votar.
En las últimas elecciones no fui a votar, la yegua iba a parir y estuve a su vera todo el día. Al final se me hizo tarde. A los pocos días el Alcalde se encontró con mi cuñado y le preguntó por qué yo no había ido a votar.
Estoy pendiente de un permiso de obras del Ayuntamiento para la casilla del motor, esta vez voy a tener que ir a votar.
Pero además, yo no sé qué tengo que votar.
lunes, 1 de junio de 2009
MI HIJO TRAJO MUCHOS DEBERES: LA NECESIDAD DE UNA ESCUELA NUEVA
(La promesa de un ordenador para cada niño/a en los centros escolares provoca muchas reflexiones, ésta es una de ellas)
Es habitual que mi hijo traiga deberes a casa. Después de cinco horas diarias en el centro escolar, estando académicamente entre los más destacados de su grupo, arropado por un ambiente sociofamiliar donde la lectura, la escritura y el estudio son habituales, a pesar de todo eso, debe hacer deberes casi a diario, al menos una o dos horas diarias. Fui a hablar con su profesora y me dice que no observa una dificultad especial, todo va bien, nada de qué preocuparse. Pregunto por sus actitudes y comportamientos sociales, pero sólo responde por las actividades académicas. Lo comento con otras madres y me dicen que sus hijos/a traen igualmente tareas para casa, incluso que deben pasar casi toda la tarde realizándolas.
La escuela se ha convertido en un espacio de producción de ejercicios cognitivos, una pequeña fábrica de datos y adiestramiento manual y mental para luego arrojar los productos a la basura. Ése es el destino final de los múltiples cuadernos que rellena el alumnado cada año, al terminarlo o pasadas algunas gestiones escolares, cuando no hay ya espacio ni interés por almacenarlo. Lo social se relega al tiempo de recreo o a la clase de educación física, a la tarde que queda con padres y cuidadores de todo tipo (monitores/as, catequistas, empleadas, abuelos/as, etc.), fines de semana y vacaciones. No está mal, puede ser el 50% del tiempo.
El otro 50% es tiempo de educación formal, escolar. El profesorado acumula los saberes y el conocimiento de la metodología para transmitirlos. Las críticas que soportan se centran en el trato individual y puntual a los/as hijos/as, aquello que afecta a “mi niño/a” (“la profesora le tiene manía”, “el maestro chilla mucho”, “el de educación física está siempre enfermo”, etc), pero poco se insiste en los métodos, poco se implican otras instancias en la labor educativa de la escuela. Y no por respeto o por celo profesional, sino porque no parece que haya otra alternativa.
Lejos queda la posibilidad de que las familias colaboren con el profesorado en la organización de actividades y en la presión para la mejora educativa, se solidaricen con la institución escolar para el avance en métodos, dotación de equipamientos, ampliaciones de aulas o de plantillas, para que el proceso educativo se enriquezca de manera integral.
La escuela debería retomar su sentido etimológico inicial de recreo, descanso, divertimento, abandonando el que posteriormente fue tomando como lugar de instrucción, de enseñanza. Debería asimilarse, para la infancia (para los adolescentes es otra cuestión, orientada a la investigación y la producción), a la función de ludoteca,
de espacio de encuentro, de juego, de incentivación del aprendizaje autónomo, a través de la creatividad, del descubrimiento significativo personalizado, de la diversión orientada por facilitadores/as educativos que amenicen, ofreciendo posibilidades de actividad individual, grupal y colectiva.
Imaginemos unos espacios cercanos a nuestras viviendas, enclavados en el barrio, en la aldea, en el pueblo, para grupos de no más de ochenta o cien niños/as de diversas edades, identificado con su entorno cultural y biofísico, con accesibilidad total para toda discapacidad motora y sensorial, para toda diversidad cultural y étnica, para todo credo o religión, comunicado fácilmente para la población cercana. Donde se hable el mismo idioma, con el mismo acento, con similar lenguaje que el de los niños, niñas y familias. Sin maestros/as ni educadores/as sino con facilitadores/as que animan y ayudan, que orientan e incentivan, que acercan el conocimiento, las habilidades y, sobre todo, las actitudes socializadoras a la comunidad. Donde el horario sea flexible y abierto, habiendo un margen suficiente para entrar y para salir. Donde el espacio esté abierto y no vallado, con muchas entradas y salidas, quitando sensación de cerrado, de hermético. Que se asemeje a la calle, al barrio, al espacio natural donde esté enclavado, no esté tan “adaptado” que se convierta en una burbuja de superprotección, aséptico y esterilizado, para que los chicos/as no aprendan a andar, a autoprotegerse, a resolver sus necesidades, a salvar dificultades.
Los espacios interiores no deben estar estandarizados, como no lo están nuestras viviendas, las calles, los países, la naturaleza. No deben ser aulas, con sillas de difícil traslado, sino asientos de uso múltiple, que ahora se puedan colocar de dos a dos, luego se use individualmente y después se agrupen para la asamblea. Los materiales a la mano, como los libros en las bibliotecas actuales, y no como en las antiguas, metidos en estantes bajo llave. Los rincones bien organizados para su buen uso, con sus peculiaridades y especialidad. Uno de matemáticas por allí, con calculadoras, pizarras, ábacos, regletas, juegos de calcular, figuras con forma de número, palillos, reglas, compases, metros, pesos, etc. Otro de lenguaje con libros, cuadernillos, letras gigantes, juguetes de palabras, diccionarios, enciclopedias visuales, etc. Otro del entorno sociohistórico con atlas, globos terráqueos, mapas actuales e históricos, planos del barrio, de los alrededores de la escuela, de la ciudad, con cuadernos e investigaciones hechas por otros/as niños/as que anteriormente pasaron por allí, etc. Otro sobre el entorno econatural con fotografías de paisajes cercanos, rutas de paseos naturales, dibujos sobre la naturaleza humana, juegos de anatomía, sencillo laboratorio, microscopios, lupas, etc. Y otros más que vayan surgiendo de las necesidades expresadas por las familias y los/as niños/as, ya sea sobre las elecciones que se van a celebrar dentro de poco, sobre la playa que van a visitar en unos días o sobre una enfermedad que ha sufrido una persona cercana. Y todos ellos dotados de materiales para la creación, herramientas para el aprendizaje, papel (reciclado y reutilizado), bolígrafos y lápices, pizarras y tizas, algún ordenador e impresora, revistas, libros, periódicas, colores, disfraces, etc. Serían rincones como espacios tematizados, que se cambian periódicamente, para atraer la atención, para actualizar lo ofrecido.
Los tiempos serían de uso libre, con oferta permanente de talleres como dinamizadores del aprendizaje, con facilitadores/as que ofrecen un nuevo descubrimiento, la creación de una poesía, el control de una operación matemática, el conocimiento del aparato reproductor o la teatralización de una época histórica. Pero de asistencia voluntaria, incentivada, animada, no obligatoria. Todo el tiempo para jugar, para intercambiar opiniones, ideas, para resolver curiosidades y conflictos, para aprender a interactuar, a cooperar, a solucionar problemas. Con llamadas diarias a la asamblea para planificar el día, dar a conocer nuevas ideas, enjuiciar comportamientos contra la convivencia colectiva, normativizar colectivamente lo indispensable, evaluar experiencias, sistematizar lo avanzado. Donde los niños y niñas se acostumbren a dialogar, a conocer la fuerza de lo social, de la organización, escuchen a otros y se escuchen a sí mismos/as, participen y delimiten competencias y funciones. Con tareas comunes de mantenimiento de los espacios, responsabilidades en actividades concretas, funciones organizativas, cobertura de sus necesidades esenciales (desayunos, almuerzos, meriendas, higiene personal, limpieza, orden, etc.).
Un espacio abierto y libre utilizable para la comunidad, donde participen organizadamente, según las necesidades, los/as abuelos/as, los/as comerciantes del entorno, los/as dirigentes y líderes, la sociedad real, rompiéndose ese cerco que los colegios tienen con respecto al resto del mundo. Donde los paseos y salidas educativas sean habituales y parte del proceso cotidiano de aprendizaje, semanales, a lugares de uso social, a la tienda del barrio para estudiar los precios, la colocación de mercancías o aprender a sumar y restar comprando y vendiendo, al parque cercano para saber usarlo adecuadamente, al museo del centro, al centro cívico para conocer su oferta, al ambulatorio, la plaza del barrio o el pueblo, las calles recién restauradas o las últimas obras de mejora del saneamiento. Todo aquello que importa a la comunidad, que es casi todo lo que acontece alrededor. No está mal visitar una ciudad lejana, hacer un viaje de varias horas, pero no es necesario si lo que queremos es conocer nuestro entorno para participar en él, para saberlo nuestro, propio, para mejorarlo, para vivir bien. Ya no serían excursiones, pues no representarían salir al exterior, pues serían encuentros con nuestros propios espacios, nuestros lugares habituales de vida.
Una escuela para jugar, para crecer, para desarrollarse cada cual a su ritmo, teniendo en cuenta al grupo, a la comunidad, junto con el entorno, diversificando métodos, espacios, tiempos, en libertad, responsabilidad social, organización y funcionalidad. Una escuela viva, cambiante, dinámica, activa, adaptada, accesible, abierta, permanentemente nueva, útil y práctica.
Es habitual que mi hijo traiga deberes a casa. Después de cinco horas diarias en el centro escolar, estando académicamente entre los más destacados de su grupo, arropado por un ambiente sociofamiliar donde la lectura, la escritura y el estudio son habituales, a pesar de todo eso, debe hacer deberes casi a diario, al menos una o dos horas diarias. Fui a hablar con su profesora y me dice que no observa una dificultad especial, todo va bien, nada de qué preocuparse. Pregunto por sus actitudes y comportamientos sociales, pero sólo responde por las actividades académicas. Lo comento con otras madres y me dicen que sus hijos/a traen igualmente tareas para casa, incluso que deben pasar casi toda la tarde realizándolas.
La escuela se ha convertido en un espacio de producción de ejercicios cognitivos, una pequeña fábrica de datos y adiestramiento manual y mental para luego arrojar los productos a la basura. Ése es el destino final de los múltiples cuadernos que rellena el alumnado cada año, al terminarlo o pasadas algunas gestiones escolares, cuando no hay ya espacio ni interés por almacenarlo. Lo social se relega al tiempo de recreo o a la clase de educación física, a la tarde que queda con padres y cuidadores de todo tipo (monitores/as, catequistas, empleadas, abuelos/as, etc.), fines de semana y vacaciones. No está mal, puede ser el 50% del tiempo.
El otro 50% es tiempo de educación formal, escolar. El profesorado acumula los saberes y el conocimiento de la metodología para transmitirlos. Las críticas que soportan se centran en el trato individual y puntual a los/as hijos/as, aquello que afecta a “mi niño/a” (“la profesora le tiene manía”, “el maestro chilla mucho”, “el de educación física está siempre enfermo”, etc), pero poco se insiste en los métodos, poco se implican otras instancias en la labor educativa de la escuela. Y no por respeto o por celo profesional, sino porque no parece que haya otra alternativa.
Lejos queda la posibilidad de que las familias colaboren con el profesorado en la organización de actividades y en la presión para la mejora educativa, se solidaricen con la institución escolar para el avance en métodos, dotación de equipamientos, ampliaciones de aulas o de plantillas, para que el proceso educativo se enriquezca de manera integral.
La escuela debería retomar su sentido etimológico inicial de recreo, descanso, divertimento, abandonando el que posteriormente fue tomando como lugar de instrucción, de enseñanza. Debería asimilarse, para la infancia (para los adolescentes es otra cuestión, orientada a la investigación y la producción), a la función de ludoteca,
Imaginemos unos espacios cercanos a nuestras viviendas, enclavados en el barrio, en la aldea, en el pueblo, para grupos de no más de ochenta o cien niños/as de diversas edades, identificado con su entorno cultural y biofísico, con accesibilidad total para toda discapacidad motora y sensorial, para toda diversidad cultural y étnica, para todo credo o religión, comunicado fácilmente para la población cercana. Donde se hable el mismo idioma, con el mismo acento, con similar lenguaje que el de los niños, niñas y familias. Sin maestros/as ni educadores/as sino con facilitadores/as que animan y ayudan, que orientan e incentivan, que acercan el conocimiento, las habilidades y, sobre todo, las actitudes socializadoras a la comunidad. Donde el horario sea flexible y abierto, habiendo un margen suficiente para entrar y para salir. Donde el espacio esté abierto y no vallado, con muchas entradas y salidas, quitando sensación de cerrado, de hermético. Que se asemeje a la calle, al barrio, al espacio natural donde esté enclavado, no esté tan “adaptado” que se convierta en una burbuja de superprotección, aséptico y esterilizado, para que los chicos/as no aprendan a andar, a autoprotegerse, a resolver sus necesidades, a salvar dificultades.
Los espacios interiores no deben estar estandarizados, como no lo están nuestras viviendas, las calles, los países, la naturaleza. No deben ser aulas, con sillas de difícil traslado, sino asientos de uso múltiple, que ahora se puedan colocar de dos a dos, luego se use individualmente y después se agrupen para la asamblea. Los materiales a la mano, como los libros en las bibliotecas actuales, y no como en las antiguas, metidos en estantes bajo llave. Los rincones bien organizados para su buen uso, con sus peculiaridades y especialidad. Uno de matemáticas por allí, con calculadoras, pizarras, ábacos, regletas, juegos de calcular, figuras con forma de número, palillos, reglas, compases, metros, pesos, etc. Otro de lenguaje con libros, cuadernillos, letras gigantes, juguetes de palabras, diccionarios, enciclopedias visuales, etc. Otro del entorno sociohistórico con atlas, globos terráqueos, mapas actuales e históricos, planos del barrio, de los alrededores de la escuela, de la ciudad, con cuadernos e investigaciones hechas por otros/as niños/as que anteriormente pasaron por allí, etc. Otro sobre el entorno econatural con fotografías de paisajes cercanos, rutas de paseos naturales, dibujos sobre la naturaleza humana, juegos de anatomía, sencillo laboratorio, microscopios, lupas, etc. Y otros más que vayan surgiendo de las necesidades expresadas por las familias y los/as niños/as, ya sea sobre las elecciones que se van a celebrar dentro de poco, sobre la playa que van a visitar en unos días o sobre una enfermedad que ha sufrido una persona cercana. Y todos ellos dotados de materiales para la creación, herramientas para el aprendizaje, papel (reciclado y reutilizado), bolígrafos y lápices, pizarras y tizas, algún ordenador e impresora, revistas, libros, periódicas, colores, disfraces, etc. Serían rincones como espacios tematizados, que se cambian periódicamente, para atraer la atención, para actualizar lo ofrecido.
Los tiempos serían de uso libre, con oferta permanente de talleres como dinamizadores del aprendizaje, con facilitadores/as que ofrecen un nuevo descubrimiento, la creación de una poesía, el control de una operación matemática, el conocimiento del aparato reproductor o la teatralización de una época histórica. Pero de asistencia voluntaria, incentivada, animada, no obligatoria. Todo el tiempo para jugar, para intercambiar opiniones, ideas, para resolver curiosidades y conflictos, para aprender a interactuar, a cooperar, a solucionar problemas. Con llamadas diarias a la asamblea para planificar el día, dar a conocer nuevas ideas, enjuiciar comportamientos contra la convivencia colectiva, normativizar colectivamente lo indispensable, evaluar experiencias, sistematizar lo avanzado. Donde los niños y niñas se acostumbren a dialogar, a conocer la fuerza de lo social, de la organización, escuchen a otros y se escuchen a sí mismos/as, participen y delimiten competencias y funciones. Con tareas comunes de mantenimiento de los espacios, responsabilidades en actividades concretas, funciones organizativas, cobertura de sus necesidades esenciales (desayunos, almuerzos, meriendas, higiene personal, limpieza, orden, etc.).
Un espacio abierto y libre utilizable para la comunidad, donde participen organizadamente, según las necesidades, los/as abuelos/as, los/as comerciantes del entorno, los/as dirigentes y líderes, la sociedad real, rompiéndose ese cerco que los colegios tienen con respecto al resto del mundo. Donde los paseos y salidas educativas sean habituales y parte del proceso cotidiano de aprendizaje, semanales, a lugares de uso social, a la tienda del barrio para estudiar los precios, la colocación de mercancías o aprender a sumar y restar comprando y vendiendo, al parque cercano para saber usarlo adecuadamente, al museo del centro, al centro cívico para conocer su oferta, al ambulatorio, la plaza del barrio o el pueblo, las calles recién restauradas o las últimas obras de mejora del saneamiento. Todo aquello que importa a la comunidad, que es casi todo lo que acontece alrededor. No está mal visitar una ciudad lejana, hacer un viaje de varias horas, pero no es necesario si lo que queremos es conocer nuestro entorno para participar en él, para saberlo nuestro, propio, para mejorarlo, para vivir bien. Ya no serían excursiones, pues no representarían salir al exterior, pues serían encuentros con nuestros propios espacios, nuestros lugares habituales de vida.
Una escuela para jugar, para crecer, para desarrollarse cada cual a su ritmo, teniendo en cuenta al grupo, a la comunidad, junto con el entorno, diversificando métodos, espacios, tiempos, en libertad, responsabilidad social, organización y funcionalidad. Una escuela viva, cambiante, dinámica, activa, adaptada, accesible, abierta, permanentemente nueva, útil y práctica.
sábado, 23 de mayo de 2009
LA DIFÍCIL CORRESPONSABILIDAD DOMÉSTICA Y M/PATERNA

(sobre la igualdad entre mujeres y hombres)
Todo comienza desde bien pequeños/as. A las chiquitas planchas de juguete, cocinitas y juegos tranquilos, a los chiquitos balones, coches y juegos dinámicos. Al llegar a la segunda infancia, a los 7, 8 ó 9 años, cada cual hace su grupo sexuado, las relaciones entre ellas y ellos son menos cotidianas, las distinciones van agudizándose, las falditas y zapatitos van diferenciándose aún más de los chandals y las botas con tacos. Las muchachitas ven a sus mamás y las ayudan a las tareas de casa. Los muchachitos imitan a sus papás y comparten fútbol, televisión y telemando. Y ay de aquél que trate de romper el esquema pues pude ser discriminado, insultado o apartado del régimen establecido.
Cuando son adolescentes, ambos sexos disminuyen su participación en el cuidado de la casa y de los más dependientes de la familia, pues ya no es como antes que las jóvenes se unían a sus progenitoras en el mantenimiento familiar, pero al independizarse o emparejarse de nuevo se repiten los tópicos.
Las mujeres, además, tienen menores y peores oportunidades de empleo. El desempleo es casi el doble que el de los hombres, pero la temporalidad, parcialidad, inseguridad y precariedad es mucho peor. Las posibilidades de promoción son menores, por el sexismo reinante y la formación previa sectorizada y promocionada en ocupaciones de cuidado y servicio, si no subalternas y reproductivas.
Aún suponiendo que la pareja se plantee con sinceridad la corresponsabilidad doméstica, estén convencidos de ello e intenten ponerlo en práctica, la dificultad es enorme por las cargas ya existentes. Es muy difícil, si no una heroicidad, cuidar del hogar al 50% cuando la dedicación al trabajo no es del 50%, cuando los conocimientos y la experiencia previa no son al 50%, cuando el sistema de distribución de roles de género no es al 50%, cuando las exigencias sociolaborales no son al 50%.
La cosa se complica cuando llega la prole. La baja maternal rebaja, normalmente, al 0% la exigencia de dedicación de las mujeres al mundo laboral externo (del interno, del doméstico, no se libra, es más, se intensifica), lo que supone la excusa perfecta para que la mamá realice muchas más tareas que el papá, que “tiene que levantarse temprano”, “¿cómo voy a dejar que él cuide del/la bebé en la noche cuando tiene que ir al trabajo por la mañana?”. Pasados unos meses de atención mayoritariamente materna, desequilibrada y, en muchos casos, obligadamente por el amamantamiento, el recién nacido no se calma sino junto a ella. Cuando comienza a hablar, por la noche, llama a mamá y no a papá, que “ni se entera cuando el/la niño/a llora”. “No quiere el biberón cuando se lo da él”, dicen algunas madres, incluso con cierto orgullo.
Como conclusión, siendo concientes del punto de partida, del carácter discriminatorio del sistema en que estamos aquí y ahora, de las dificultades para un comportamiento alternativo, de la falta de referencias y de promoción de la corresponsabilidad familiar cotidiana, estamos obligados a buscarla, a iniciar la senda de la igualdad en el mundo doméstico.
Sería perfecto trabajar media jornada cada uno/a (aunque suponga limitación del consumo y/o el gasto), compartir la baja paternal-maternal, pedir vacaciones, permisos o excedencias para equilibrar los tiempos de dedicación, distribuirse las tareas por igual para gozar de tiempos individuales para la promoción laboral, el estudio o la asistencia a reuniones, cursos o jornadas, rotarse los días y las labores de casa para no especializarse,...y otras mil estrategias prácticas y realistas que nos lleven, acerquen o inicien a la corresponsabilidad doméstica y m/paterna.
PASADO PRIMITIVO ¿PARA UN FUTURO MEJOR?

(hoy, en plena crisis, cuando se levantan voces a favor del decrecimiento, cuando no se ve que el capitalismo productivista tenga futuro, es el momento de reivindicar otras visiones del pasado lejano para aprender de él, por supuesto, en parte, en lo positivo, en lo rescatable)
El filósofo norteamericano John Zerzan, en su obra más conocida “Futuro primitivo” nos descubre otra visión de la historia de la humanidad que nos puede hacer reflexionar sobre muchas cuestiones, una de ellas sobre la sexualidad y la relación con la salud.
La historiografía occidental burguesa dominante y primera inventora de la Historia, ha transmitido una versión violenta, salvaje, animal de la prehistoria, rigen de todo mal, de bajas esperanzas de vida, de violencias entre géneros. Una época negra, tortuosa de permanente cambio nómada, de largas caminatas entre la nieve cargando fardos de pieles, con hambre y frío. Las mujeres son agarradas por el pelo, arrastradas hasta las cavernas para ser violadas una y otra vez, pariendo constantemente y enterrando a sus bebés e infantes que sucumbían ante la carencia de medicinas.
El autor mencionado nos explica otro panorama muy diferente, apoyándose en datos antropológicos y paleontológicos, a los que podemos unir un sentido de la lógica y otra manera de mirar el pasado, si sabemos vencer la perspectiva liberal de la Historia, según la cualquier todo va mejorando en una línea continua ascendente, siendo nuestra situación, la del occidente industrializado blanco capitalista desarrollado, la mejor de las posibles.
En un planeta dotado de recursos naturales por doquier, donde la el agua manaba por mil lugares, la caza era abundante, la pesca extraordinaria pero, aún más, los frutos silvestres estaban a la espera de ser agarrados y comidos, no era necesaria la guerra ni la violencia para subsistir. Ese supuesto sentido animal agresivo que tendrían los primeros humanos no encaja con el aumento permanente de población, con el hallazgo de nuevas utilidades de los materiales de la naturaleza. Sólo hay que verlo en el mundo animal, pues incluso en las especies más territoriales es mucho más habitual el tiempo de paz, de tranquilidad, de concentración en la supervivencia, que las luchas o peleas violentas. La humanidad primitiva no era violenta, no se encuentran armas en las tumbas, no hay signos de muertes infringidas. Por otra parte, cada vez está más claro que la inteligencia y posibilidades adaptativas de aquellas mujeres y hombres eran iguales, si no superiores, a las de los actuales.
Los frutos silvestres eran abundantes y sabían perfectamente sus usos alimenticios, medicinales, instrumentales, siempre a la mano, mucho más que la captura de animales, que parece se hacía sólo en determinadas ocasiones. Por los restos encontrados la dieta añadía muy poca carne y pescado. Si las mujeres recolectaban los frutos igual que los hombres, ¿qué necesidad había de enfrentamientos?, ¿por qué una distribución radical del trabajo, si con unas horas al día las necesidades estaban cubiertas? Parece que las diferencias de funciones sociales no eran tan acuciantes y que no establecían jerarquías tan extremas como las actuales. Lo encontrado en los enterramientos paleolíticos y los estudios antropológicos diferenciales no nos indican grandes diferencias de mortalidad entre los dos sexos, ni grandes epidemias o problemas de salud graves. Que hubo selección en la especie es evidente, pero no que la vida fuera más dura ni más corta ni más desigual ni más insalubre está demostrado. De hecho, acercarse a culturas y grupos humanos que comparten hoy en día modos de vida anteriores a la agricultura nos lo corrobora.
Las discriminaciones surgen más tarde, cuando la acumulación del fruto de la agricultura y el deseo de controlar territorios para su cultivo provocan jerarquía, división sexual del trabajo, sobreexplotación laboral, y todo lo que sabemos y que llega a nuestros días. Durante unos millones de años, y hasta hace quince o diez mil años (antes de ayer en la historia de la humanidad), los hombres y las mujeres convivían pacíficamente, salvo raras excepciones, en un planeta limpio, diverso, fructífero, generoso. Las culturas eran simples adaptaciones a la naturaleza. Unos grupos con veinte personas y otros con mil, unos con pieles y otros desnudos, unos con utensilios de hueso y otros con utensilios de madera, según lo que la naturaleza les brindase, una naturaleza con la que se identificaban, que compartían con plantas, animales y materiales que no les interesaba agotar o malgastar. Mujeres y hombres en una relación de interdependencia que impedía una sumisión total o una norma de violencia entre los mismos.Quizás debiéramos estudiar, leer, profundizar más en estas ideas, en esta visión diferente del pasado primitivo. No se trata de querer volver a aquella larga época, pero quizás sea interesante unirlo con otras tesis pacifistas, ecologistas, igualitarias, indigenistas, para fraguar un nuevo presente, para olvidar este etnocentrismo y autocomplacencia con nuestro sistema (sólo hay verlo en estos tiempos de “crisis”) que nos ha llevado a la situación actual de discriminación sexual, problemas de salud, desigualdades sociales y geopolíticas.
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