sábado, 23 de mayo de 2009

PASADO PRIMITIVO ¿PARA UN FUTURO MEJOR?


(hoy, en plena crisis, cuando se levantan voces a favor del decrecimiento, cuando no se ve que el capitalismo productivista tenga futuro, es el momento de reivindicar otras visiones del pasado lejano para aprender de él, por supuesto, en parte, en lo positivo, en lo rescatable)


El filósofo norteamericano John Zerzan, en su obra más conocida “Futuro primitivo” nos descubre otra visión de la historia de la humanidad que nos puede hacer reflexionar sobre muchas cuestiones, una de ellas sobre la sexualidad y la relación con la salud.
La historiografía occidental burguesa dominante y primera inventora de la Historia, ha transmitido una versión violenta, salvaje, animal de la prehistoria, rigen de todo mal, de bajas esperanzas de vida, de violencias entre géneros. Una época negra, tortuosa de permanente cambio nómada, de largas caminatas entre la nieve cargando fardos de pieles, con hambre y frío. Las mujeres son agarradas por el pelo, arrastradas hasta las cavernas para ser violadas una y otra vez, pariendo constantemente y enterrando a sus bebés e infantes que sucumbían ante la carencia de medicinas.
El autor mencionado nos explica otro panorama muy diferente, apoyándose en datos antropológicos y paleontológicos, a los que podemos unir un sentido de la lógica y otra manera de mirar el pasado, si sabemos vencer la perspectiva liberal de la Historia, según la cualquier todo va mejorando en una línea continua ascendente, siendo nuestra situación, la del occidente industrializado blanco capitalista desarrollado, la mejor de las posibles.
En un planeta dotado de recursos naturales por doquier, donde la el agua manaba por mil lugares, la caza era abundante, la pesca extraordinaria pero, aún más, los frutos silvestres estaban a la espera de ser agarrados y comidos, no era necesaria la guerra ni la violencia para subsistir. Ese supuesto sentido animal agresivo que tendrían los primeros humanos no encaja con el aumento permanente de población, con el hallazgo de nuevas utilidades de los materiales de la naturaleza. Sólo hay que verlo en el mundo animal, pues incluso en las especies más territoriales es mucho más habitual el tiempo de paz, de tranquilidad, de concentración en la supervivencia, que las luchas o peleas violentas. La humanidad primitiva no era violenta, no se encuentran armas en las tumbas, no hay signos de muertes infringidas. Por otra parte, cada vez está más claro que la inteligencia y posibilidades adaptativas de aquellas mujeres y hombres eran iguales, si no superiores, a las de los actuales.
Los frutos silvestres eran abundantes y sabían perfectamente sus usos alimenticios, medicinales, instrumentales, siempre a la mano, mucho más que la captura de animales, que parece se hacía sólo en determinadas ocasiones. Por los restos encontrados la dieta añadía muy poca carne y pescado. Si las mujeres recolectaban los frutos igual que los hombres, ¿qué necesidad había de enfrentamientos?, ¿por qué una distribución radical del trabajo, si con unas horas al día las necesidades estaban cubiertas? Parece que las diferencias de funciones sociales no eran tan acuciantes y que no establecían jerarquías tan extremas como las actuales. Lo encontrado en los enterramientos paleolíticos y los estudios antropológicos diferenciales no nos indican grandes diferencias de mortalidad entre los dos sexos, ni grandes epidemias o problemas de salud graves. Que hubo selección en la especie es evidente, pero no que la vida fuera más dura ni más corta ni más desigual ni más insalubre está demostrado. De hecho, acercarse a culturas y grupos humanos que comparten hoy en día modos de vida anteriores a la agricultura nos lo corrobora.

Las discriminaciones surgen más tarde, cuando la acumulación del fruto de la agricultura y el deseo de controlar territorios para su cultivo provocan jerarquía, división sexual del trabajo, sobreexplotación laboral, y todo lo que sabemos y que llega a nuestros días. Durante unos millones de años, y hasta hace quince o diez mil años (antes de ayer en la historia de la humanidad), los hombres y las mujeres convivían pacíficamente, salvo raras excepciones, en un planeta limpio, diverso, fructífero, generoso. Las culturas eran simples adaptaciones a la naturaleza. Unos grupos con veinte personas y otros con mil, unos con pieles y otros desnudos, unos con utensilios de hueso y otros con utensilios de madera, según lo que la naturaleza les brindase, una naturaleza con la que se identificaban, que compartían con plantas, animales y materiales que no les interesaba agotar o malgastar. Mujeres y hombres en una relación de interdependencia que impedía una sumisión total o una norma de violencia entre los mismos.Quizás debiéramos estudiar, leer, profundizar más en estas ideas, en esta visión diferente del pasado primitivo. No se trata de querer volver a aquella larga época, pero quizás sea interesante unirlo con otras tesis pacifistas, ecologistas, igualitarias, indigenistas, para fraguar un nuevo presente, para olvidar este etnocentrismo y autocomplacencia con nuestro sistema (sólo hay verlo en estos tiempos de “crisis”) que nos ha llevado a la situación actual de discriminación sexual, problemas de salud, desigualdades sociales y geopolíticas.

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