(Tan cerca del 14 de abril, día de la república española, se evocan los valores republicanos de igualdad, libertad y fraternidad aún más fuerte. Sobre la igualdad entre mujeres y hombres)
Cuando hablamos de igualdad de género, de las medidas tomadas, de los avances en nuestra sociedad en este sentido, parece que el camino ha sido más largo de lo que es, que siempre hemos estado como ahora, que ha sido un recorrido largo, antiguo, consolidado, ejemplar, referente en el planeta y que todo el mundo debe emprender. Sin embargo, sólo hace falta echar un vistazo a la historia de la legislación por la igualdad para ver que estamos realmente “en pañales”, recién dando los primeros pasitos, y ser concientes de la situación real para tener que reconocer que apenas se ha comenzado en ciertos sectores a vislumbrar algún cambio real.
Pero además, en este proceso, probablemente inconcientemente o priorizando las emergencias, se han centrado las intervenciones sociales y públicas (pues apenas ha habido en el mundo de lo privado, de la gran empresa) en la mitad de la población, en las mujeres. Parece lógico que si queremos resolver un problema social con una parte de la sociedad, sea la mitad, la décima parte o las tres cuartas partes, ese sector sea el protagonista. Sin embargo, el problema de la desigualdad no es sólo cosa de discriminación de las mujeres, es un asunto general que nos implica a todos y todas, que nos perjudica globalmente, con el que perdemos en todos los ámbitos y en todos los grupos o colectivos sociales. Y eso apenas nos lo han contado.
Han sido y son hombres habitual, general y masivamente los que generan mayor desigualdad y discriminación a las mujeres, por no hablar de acoso, violencia, marginación en sus grados más extremos y perversos. Y eso ha llevado a apuntar a ellos para reprimir esas conductas, esas actitudes, esos comportamientos. Probablemente hay que continuar haciéndolo, y también hay que dar un paso adelante.
Hay una buena parte de los hombres que se posicionan a favor de la igualdad sexual, unos por razones morales y solidarios, otros por convencimiento académico o científico y otros por pura utilidad social, pero hay un gran sector, probablemente mayoritario, que no se posiciona. En la vida cotidiana bromea de manera machista si ése es el ambiente creado, no milita en movimientos por la igualdad (ni en otros) pero, llegado el caso, declara abiertamente su creencia en la igualdad y rechazo los comportamientos sexistas extremos. A ese colectivo deberían ir dirigidas acciones específicas de sensibilización, concienciación y propuestas de actuaciones en sus propios ámbitos.
¿Qué pasaría si en una serie de televisión, publicitada masivamente, nos presentaran, en vez del superhéroe masculino que salva a las escotadas y débiles mujeres, a un modelo de hombre sencillo, que trata de igual a igual a los personajes femeninos, que se deja ayudar por unos y por otras, que expone con facilidad sus emociones, miedos y sentimientos, que se hace corresponsable del cuidado de su familia y de sí mismo, sin necesidad de ser viudo, separado o divorciado? ¿Y si hubiera, además de debates de los representantes políticos parlamentarios (“curiosamente” todos hombres), en prime time, un debate sobre las ventajas globales y generales, para todo el mundo, de la igualdad entre géneros, más allá de las cuotas legalmente establecidas y generalmente incomprendidas? ¿Y si se corrigieran los contenidos y expresiones sexistas en todos y cada uno de los documentos oficiales y privados para incidir en la igualdad, especialmente los más publicitados y visibles, pidiendo la firma del padre y de la madre, tutor y tutora (de lo dos, no sólo de uno, pues se trata de co-responsabilidad) para autorizar la asistencia a una excursión o preguntando sobre la necesidad de guardería, ludoteca o ayuda a domicilio para participar en una reunión? ¿Y si nos enumeraran claramente las exigencias y desventajas que trae consigo la desigualdad a los hombres en carteles, anuncios, cartas, publicidad, etc., no en el sentido de “los ricos también lloran” sino en la estricta realidad, en términos reales y cotidianos, tampoco como una cesión por bondad o solidaridad, sino como una clave para el avance de todo el mundo, mujeres y hombres?
Las leyes no servirán de nada si no entramos en la vida cotidiana de la sociedad, de cada uno y una, del hombre igualitario, de la mujer machista, de las víctimas de la desigualdad y de los beneficiados de la misma.
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