(sobre la igualdad entre mujeres y hombres)
En una época en la que se utiliza la imagen del hippie en un anuncio de la televisión entusiasmado por la televisión de pago, como símbolo de la incoherencia y del interés universal por la programación hegemónica, es aún más importante reivindicar aquellos movimientos de los sesenta, “padres y madres” de gran parte de los avances que ahora disfrutamos o, al menos, portavoces de una nueva visión para un mundo mejor. El pacifismo, el ecologismo, la educación popular, la participación ciudadana, el conflicto norte-sur, etc. no serían hoy protagonistas de muchas acciones políticas y sociales sin las aportaciones de aquellas corrientes críticas. Es más, en ocasiones, tenemos que desempolvar aquellos libros, antiguos videos y cintas magnetofónicas para ver qué capacidad visionaria tuvieron, qué actuales son o cuánto nos queda aún por sobrepasarlos.
Para el asunto que nos ocupa, toman aún más interés aquellos movimientos por lo que supusieron de espíritu crítico y de reconstrucción de modelos sociales, políticos y sexuales. Es de interés la aportación queer con respecto al mosaico de vivencias sexuales, por la reivindicación radical de la heterogeneidad y diversidad, también en el mundo de lo sexual, que, desde bebés, incluso antes, nos han estado transmitiendo como dual, simple e interesadamente dicotómica. Mucho debemos preocuparnos en difundir esta idea especialmente entre nuestra juventud e infancia, si queremos que realmente se respete la igualdad y el derecho a elegir nuestra propia identidad, reconstruirla y reconstruirla.
Existe realmente un “régimen normativo de género” que, por más leyes que se aprueben (por cierto, tímidamente) para el fomento de la igualdad entre mujeres y hombres, está siendo tremendamente difícil superar. Los medios de comunicación (televisión, radio, prensa,…) y de reproducción (instituciones como la escuela, la iglesia, el estado, el ejército, la policías, los gremios corporativistas, así como la publicidad, la familia o las producciones llamadas culturales) están siendo tremendamente permeables a los cambios en materia de género. Los poderes económicos y políticos también están haciendo poco o nada para modificar esta situación.
Lo cierto es que ni feministas liberales, ni radicales políticas, ni radicales feministas han podido revertir el proceso. Se hace necesaria la colaboración de toda la sociedad, en una visión crítica del modelo, del régimen impuesto de desigualdad, para alcanzar el objetivo de la igualdad plena. Siguiendo esta misma aureola integradora: Si lo personal es político, lo político también ha de ser personal, o quizás no tengamos que elegir entre lo político y lo personal, entre lo personal y lo político.
Enlazando con la cuestión de los cuidados, ¿no podríamos hacer de la asunción igualitaria de los cuidados por parte de los hombres una bandera reivindicativa? ¿No generamos polémica en nuestro pueblo cuando salimos a la calle, escoba en mano a barrer, cuando salimos a la terraza a regar las macetas, cuando en un grupo de amigos renunciamos a vernos una tarde por cuidar de nuestro bebé o de nuestros progenitores, cuando pedimos un día libre para acompañar en una excursión escolar? Lo personal es político.
Pero también deberíamos empezar a llevarnos a nuestros/as hijos/as a las reuniones de comunidad, del partido o de la asociación, escribir sobre los cuidados y nuestra responsabilidad en la comunidad de convivencia en la que vivimos, comentar públicamente nuestra dificultad para conciliar la vida personal y social, cuando, venciendo el empuje cultural hegemónico, lo intentamos. Lo político es personal.
Quizás no haya que elegir entre lo personal y lo político, la dicotomía de estos ámbitos sea también artificial o interesadamente rígida. La vida sea, como se ve en otros momentos de nuestra historia y en culturas campesinas y originarias, más integrada, más global e interrelacionada en sus diferentes elementos.
viernes, 3 de julio de 2009
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