viernes, 3 de julio de 2009

TRATAMIENTO PARA AGRESORES...EN LA CÁRCEL

(sobre la violencia machista hacia las mujeres)

Desde varias instancias he escuchado que para el tratamiento para los maltratadores no debe ser otro que la cárcel, y lo más larga posible. Son planteamientos que han procedido de algunas personas declaradas feministas y que ven en el trabajo con hombres una inutilidad, una carga económica y de energía para las instituciones de igualdad de género que no deben malgastarse en aquellos que crean el problema, en los verdugos de los que procede la agresión , la violencia, la muerte.
Frente a éstas, también he encontrado superlativos hacia la mediación familiar, el tratamiento de la violencia de género como un asunto doméstico que debe buscar soluciones en el seno del encuentro, del diálogo, de la comunicación, de la negociación. La violencia se convierte, desde esta perspectiva, en una dificultad de entendimiento, en un acicate para sentarse a conversar, necesitado o no de intermediación efectiva.

La violencia, además de ser un acto legal y penalmente perseguible y perseguido, no puede quedar impune. En nuestro sistema social, la detención y el encarcelamiento son los instrumentos fundamentales de aplicación a la ilegalidad, al incumplimiento del régimen normativo existente. Se encarcela al que estafa, independientemente de si el estafado tenía una fortuna que tan sólo se mermó parcialmente o quedó en la absoluta ruina. Se encarcela al que roba, independientemente de si robó para cubrir necesidades básicas o para enriquecerse desorbitadamente. Se encarcela al que reiteradamente conduce sin permiso legal o en situación de embriaguez, independientemente de si causó daño a otra persona o solo a si mismo. Pues si se encarcela en estos ejemplos, con mucho más motivo al que ejerce violencia de género. Te saltas la norma gravemente, mereces cárcel. Ése es el sistema (o el régimen, según se mire).
Una segunda razón es que encarcelado no puede ejercer esa misma violencia. De tal manera que, ciertamente, mientras más largo sea el período de reclusión más largo será el momento en que pueda reiterar su conducta delictiva. Como medio de coerción de comportamientos rechazables, enclaustrar al díscolo nos sirve a toda la sociedad para estar más seguro de que no repetirá su acción.

Pero el régimen penitenciario no es suficiente. La cárcel, dicen, es la facultad de la delincuencia. La violencia se hace mucho más palpable en los recintos penitenciarios que en la calle. El ambiente machista, jerárquico y patriarcal se vive con mucha más virulencia. Quien entra en la cárcel no sólo lo hace con conceptos distorsionados de las relaciones entre mujeres y hombres sino que los tergiversa aún más, los centra en los vis a vis y se aleja de expresiones y referencias de igualdad sexual.
La cárcel, insisto, desde nuestro régimen penal, es justa y necesaria. Justa por ser consecuencia directa de la aplicación de la ley y necesaria por ser una respuesta consensuada socialmente, equiparable a otras por comportamientos similares y garantía de no reincidencia durante el tiempo de reclusión.
Sin embargo, de nada nos sirve si no se complementa con tratamiento ante la agresión, terapias psicosocioeducativas que permitan mejorar las posibilidades de reinserción del delincuente, disminuyan las posibilidades de generación de nuevas víctimas y sirvan de referencia social ante otras conductas antisociales. No se trata de mediación familiar, que pueda diluir el asunto entre víctima y verdugo, como si la responsabilidad pudiera repartirse. Tampoco de hacerse a cargo de presupuestos para la atención a las víctimas, reduciéndose éstos a favor de aquellos.
Hay que contar con los hombres para conseguir una sociedad más igualitaria. Hay que tratar a los agresores para terminar con la violencia de género, pero estando encarcelados.

2 comentarios:

  1. mtra.Irma
    la reforma viene fuerte y muchos maestros creemos que no nos va afectar espero que no sea tarde cuando veamos la realidad.

    atte.
    helena

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  2. La sociedad ideal sería aquella que no fuera ni esquizofrenógena ni criminógena. Un lugar sin que nadie envidiara, ni odiara ni agrediera a nadie sería el paraíso. Entre la actualidad en la que estamos y ese supuesto mundo futuro de gentileza, bondad y empatía entre la gente habra varias generaciones aun por nacer que heredarán una tras otra las inercias de un mundo caótico, sumido en luchas y en conflictos graves. Esas generaciones reproducirán en parte comportamientos muy lesivos para sus semejantes. Mientras exista el crimen (oficial o ilegal, organizado o espontáneo) deberán haber códigos que lo regulen y lo que es más importante una estrategia de reeducación que minimice los actos y autores criminales hasta que queden a cero. Hasta ahora la criminología ha conseguido en el mejor de los casos detener autorescriminales y ayudar a la ivnestigación psicológica porque hay gente que no sabe separarse del comportmaiento destructivo y dañino para sus semejantes; ha conseguido interceptar autores y recluirlos para que no sigan haciendo daño pero lo que no ha conseguido son rehabilitaciones con suficiente grado de éxito para que nos sintamos ni a salvo ni satisfechos con los resultados logrados. Efectivamente, las cárceles se hanconvertido en las verdades facultades del crimen. Hacen de foros para contactos en los que los propios códigos del gremio se pasan entre sí informaciones y reactualizaciones de sus “negocios”. Me temo que nadie tiene una solucion en firme para la recuperación de los delincuentes y su incorporacion como seres activos y de confianza dentro del grueso de la ciudadanía. Excepcionalmente hay arrepentidos pero ni siquiera sabemos en qué proporción rige esa estadística.
    Sabemos que los años de condena no sirven para reparar los daños ocasionados más bien sirbven para exculpar al infractor. Sabemos que levantar nuevas penitenciarías no son soluciones definitivas. Entonces ¿qué podemos hacer? Cambiar el concepto de pena por el de reparación y el de penitenciaria por el de débito social contraido. Delegar el automantenimiento a cada reo y no a cuenta del estado. Crear la figura del contrato de débito o de reparación al que el crimi nal queda sujeto parte de su vida o toda su vida por ayudar en la medida de lo posible a resolver las implicaciones negativas de lo que hizo.
    JesRICART

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