jueves, 29 de enero de 2009

LA CRISIS…a pié de calle, a nivel personal




Quisiera contar cómo van las por acá las cosas, como si le escribiera a una amistad que está lejos, que no nos ve.
Todo va...bien…o mal…o regular. No lo sé. Mirá, la sensación que nos está inyectando la clase política, tanto gobierno como oposición, los grupos de poder, tanto empresariales como sindicales, y los medios de comunicación, tanto progubernamentales como críticos, es que ESTAMOS EN CRISIS!!!!!!!!!!!!!!. De eso se habla cada día en todo lugar. De pronto, como si no se hubiera visto venir desde hace meses, ha llegado la crisis. No hay dinero para nada de tipo social, ni para cooperación, ni para servicios sociales, ni para políticas de igualdad. El desempleo se ha disparado porque las empresas están en crisis y necesitan echar a los trabajadores a la calle. El consumo ha disminuido mucho y los pequeños comercios cierran. Así que hay que salvar la economía y el Estado, con el dinero de todos, ha creado un Fondo de millones de euros para…¿los desempleados? Nooooo, ¿los obreros? Noooooo, ¿los inmigrantes? Noooooo, atención, PARA LA BANCA!!!!!!!!!!!. Increíble, para los que se han estado enriqueciendo todos estos años de nuestras hipotecas, de la burbuja inmobiliaria, del juego perverso de la bolsa, de la hiperinflación de los precios de todo, especialmente de las necesidades básicas, de la comida, la vivienda, etc. Impresionante. Pero ¿sabes lo peor? Que en nuestra sociedad, al contrario que en la boliviana, nadie se moviliza. Estuve en una manifestación contra la reunión del G-20 (Alí Babá y los 20 ladrones) y estábamos unas 500 personas, no más. Todos se indignan de la actuación de los gobernantes y los grandes empresarios en conversaciones privadas, pero nadie hace nada. Bueno, casi nadie. Excepto grupos alternativos, pocos y sin medios de comunicación de incidencia real, la gente está domesticada, adormecida con fútbol, consumismo, televisión y uso lúdico de Internet. Yo no puedo más.

Otro ejemplo del conservadurismo y la “participación selectiva” de hoy día. En el colegio de mi hijo han decidido que los niños vayan con uniforme. Es un colegio fiscal, en un barrio obrero, y aquí el uniforme nos recuerda a la dictadura cuando nos obligaban a llevarlo. Pues han decidido poner uniforme, y lo mejor: sin dar una sola razón. Las pedí en una reunión y nadie me las dijo, simplemente hay que ponerlos. Se les ofrece a las familias unas actividades deportivas casi gratuitas y no llevan a los hijos, por pura flojera o por dar más importancia a otros criterios, pero sí se movilizan para el uniforme.

El nivel de participación es aquí nulo. Todo el mundo se conforma con ir a las urnas cada cuatro años a votar a una de las dos opciones que defienden el mismo modelo, con ver tele ocho horas diarias, con poner ante la computadora a sus hijos sin controlarles y, eso sí, comprar, comprar y comprar, aunque sea lo más barato, lo de peor calidad, lo que menos necesitas, pero comprar y comprar. A medida que se acerca la Navidad se va empujando más al consumo: luces navideñas por todas partes, escaparates lujosos, publicidad en la mano, por correo, por televisión, directa a los niños, a los abuelos, a los más fáciles de convencer.

No, la gente no es sonsa, busca su supervivencia como todo ser humano en el planeta, y para sobrevivir acá debes consumir, tener buen carro, vivienda propia, departamento en la playa, cambiar de vestuario cada temporada, hacer regalitos, invitar a los compañeritos del cole al cumpleaños de tu hijito, pero no en casa, en un Burguer King o Mac Donals, celebrar bautismo, primera comunión, boda, segunda boda (a los 25 y a los 50 años de casados) pero con gran fiesta, de enorme gasto y lujo. No porque seas creyente sino porque así lo hacen todos y no vas a ser menos, te hacen antojar y “tienes derecho”. Es como una enorme ola que te lleva sin remedio, y si intentas oponerte a algo, aunque sea algo pequeñito, ya eres el raro, el criticón, el difícil, el conflictivo, el metepata.

En esta sociedad se habla mucho de libertad, pero siempre es la libertad personal, no la colectiva. Eres libre de hacer lo que quieras…pero si te sales de la línea dominante debes prepararte, pues tendrás que ser un héroe. Por estar un año fuera ya mi puesto de trabajo no es definitivo sino provisional. Por no estar casados tenemos que pagar mucho más a Hacienda. Por no querer Religión en la escuela mi hijito tiene que soportar que le segregen, que no le enseñen otros contenidos alternativos. Por hablar del consumismo hay personas que estudian tu ropa a ver si hay una marca conocida. Por hablar de la austeridad y no gastar todo, absolutamente todo, el sueldo de cada mes ya te tachan de tacaño, de estrecho, de represor para tu familia. Qué difícil.

En fin, todo va bien. Gozamos, mi familia y yo, de salud suficiente (incluidos mis ancianos papás), de suficiente plata para cubrir nuestras necesidades, de más que suficientes bienes materiales para vivir dignamente, de buenas amistades con las que conversar y pasar un buen rato, de un trabajo con salario suficiente y que no cansa demasiado, con unos servicios de educación, salud, carreteras estatales suficientes ¿qué más se le puede pedir a la vida?...Pues que sea algo más que suficiente, que sea excelente, satisfactoria, cercana a las expectativas, dinámica, activa, participativa. Como dice el cantante tarijeño Yalo Cuellar “vivir por vivir, no hace falta, pues, vivir”.

No sé, siempre digo lo mismo y no salgo del círculo. Hay ratos en los que me inhibo de todo esto y me río con los amigos, disfruto jugando con mi hijo, vivo intensamente la visita de alguien o farreo en alguna fiesta, pero luego vuelvo a los mismos sentimientos. Igual contaba hace meses, cuando era previsible que me adaptaría, pero no sé cómo hacer. Una pequeña modificación no satisface pues no supone una nueva vida. El caso es que me siento mal, inmoral por no conformarme con todo lo bueno que la vida me brinda, insatisfecho por no aportar más, incompleto por dedicar demasiado a un trabajo que no me llena, incoherente por no desarrollar los ideales, incomprendido por no saber transmitir lo que creo, incapaz por no tener la valentía de lanzarme solo a un cambio en mi vida, y muy pesado por dar la lata, con esta cantinela una y otra vez.

Gracias, lector/a, por escucharme o leerme, por entenderme (aunque sea incomprensible), por llegar hasta aquí (te perdonaría si has tenido que leer este pesado escrito en varios momentos) y por estar ahí.

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