jueves, 26 de febrero de 2009

CARNAVALEANDO EN TARIJA (Y 5)

El domingo, la atención estaba centrada en el corso, pero el lunes era el día de la participación más popular y las fiestas en cada calle: son las chamuyadas. También le dicen mojazón general. Las calles son cortadas por los vecinos con ruedas de auto, latas o sus propios vehículos, cortando impunemente el tráfico, ya sea una calle principal, secundaria, plaza o jardín público. La ciudad se cuartea al gusto y capricho de la gente que organiza sus fiestas al aire libre, ante todo el mundo. Se lanzan agua con valdes (cubos), con chisquetes (pistolitas de agua), jarras, las manos, pateando un charco, o con una manguera sacada de la casa, cualquier cosa es buena para mojarse y mojar. Es verano, hace calor y el alcohol y el baile también compensa el posible frío que puedas pasar. Cada quien que se atreva a pasar cerca es mojado, especialmente si es joven y más si es chica. Los amigos que se reúnen alquilan equipos de música potente, sacan mesas al asfalto, cerveza, vino y chuflay (cóctel hecho con azúcar, gaseosa, hielo y singani –destilado de uva de alta graduación). Se invita a los vecinos cercanos para evitar protestas o enfados y promocionar la amistad. Se bailan sin parar salsas, cumbias, villeras, rueda chapaca, huaiño, todo lo que tenga buen ritmo, rápido y animado. Mientras se bebe y se danza se moja, se arroja agua masivamente, olvidándose de la cartera que se le olvidó en el bolsillo, que el reloj no es acuático o que la polera (camiseta) se transparenta demasiado. Es tremendamente divertido, aunque se da el abuso del alcohol, del consumo desmesurado de agua y del colapso del tráfico urbano.
Por supuesto, nosotros participamos en una chamuyada cerca de casa, nos empapamos hasta la médula, bebimos justo al límite de la decencia, bailamos sin pudor y celebramos la fiesta. La sorpresa era ver cómo una de las calles de paso fundamental norte sur de la ciudad era seccionada por un grupo de no más de quince personas que se divertían de lo lindo sin temor a intervención policial, multa o recriminación social alguna. No hay foto del momento, por motivos obvios y por no tener cámara subacuática.

El martes es el último día del Carnaval y se celebra en familia, en el campo, en casa, sin embargo, tiene una clara imagen para el foráneo: la ch´alla. Es algo así como una bendición, la petición a la Pacha Mama (la Madre Tierra) de un futuro propicio, positivo. Se ch´alla la casa, el negocio, el terreno, el auto, todo aquello que consideras importante en tu vida para vivir bien, para evitarte problemas. Es habitual ver los coches con serpentinas, globos colgados, cubiertos de papelillos y a veces se les rocía de alguna bebida valorada, cerveza o chicha. En ocasiones casi tapan el parabrisas, pero no por ello te van a multar o llamar la atención la policía, es la costumbre, circulas más lentito y ya está. También pueden verse las casas engalanadas, más si son nuevas, y si esa familia está más cerca del mundo andino se realiza una q´oa, un saumerio con hierbas aromáticas y miniaturas que simbolizan tu deseo o petición a la Pachamama, cochecitos de juguetes, pequeñas maquetas de casas, un título universitario pequeñito, un fajo de billetitos de dólar, un avioncito o una maletita que simbolice viajes. Junto al auto, la casa, el negocio, el espacio a ch´allar se hace una fiesta, se hace una parrillada (barbacoa), se bebe bastante y se comparte con las amistades, los compadres y comadres, familiares, vecinos, con quien quieres compartir este momento importante, pues difícilmente olvidas cuándo ch´allaste tu vivienda, tu terreno, tu peluquería, tu despacho o tu taxi.

CARNAVALEANDO EN TARIJA, BOLIVIA (4)

Pues si el jueves fue el de compadres, el siguiente, es el de comadres. Mucho habíamos oído hablar de este día: es el día en el que las mujeres mandan, los grupos de mujeres se apoderan de la ciudad, hay una chupa (borrachera) general de las mujeres, un desmadres (nunca mejor dicho) generalizado, etc, etc. Bueno, no fue para tanto. Un día divertido y diferente, muy agradable y festivo.
Este jueves, igual que el anterior, comienzan a oirse los cohetillos desde la mañana y a verse personas, sobre todo mujeres, con sus canastas de comadres, que son montadas igual que las de compadres. El agua es también protagonista de la jornada, como todas las anteriores. A Amalia la hicieron comadre dos buenas amigas y Jesús y yo hicimos comadre a las dos amigas que nos hicieron compadre el jueves anterior, devolviendo la canasta y consolidando el compadrazgo.
La diferencia la establece la Gran Entrada de Comadres. Numerosos grupos de mujeres se organizan vistiéndose con los trajes tradicionales o sus versiones más o menos cercanas. Se trata del sombrero de chapaca, tipo bombín achatado de colores suaves, verde agua o amarillo dorado sobre todo, la blusa de tocuyo o tela blanca con muchas flores bordadas de colores, la pollera ajustada a la cintura por encima de la rodilla y las ojotas, sandalias planas negras o marrones de tiras cruzadas. No puede faltar una flor en el pelo y algunas llevan su manta, que llaman al mantón de Manila con flecos y bordado, blancos y de colores llamativos. El baile es de pasos repetitivos y sencillos, pero con movimientos graciles hacia uno y otro lado que mueve mantones y faldas. Las manos a la cintura o sosteniendo la canasta de comadre en el lateral o sobre la cabeza.
Van saliendo lentamente grupo tras grupo, identificados con un nombre simpático y creados en los barrios, en lugares de trabajo o simplemente grupos de amistad. Unos con quince o veinte mujeres y otros llegaban a doscientas.
Mientras ellas salen en su pasacalles por una de las avenidas principales más anchas cientos de personas, familias, y por supuesto hombres, las ven pasar con admiración, pero sin grosería ni la chabacanería que podría haberse dado en un acto de exposición únicamente femenina. La lluvia fue la única que estropeó el acto, aunque apareció en las últimas horas afectando a los grupos más rezagados.
Amalia salió en el grupo de las “hormiguitas trabajadoras”, uno de los más respetuosos con la tradición, sin versiones modernizadas de la indumentaria ni del baile, donde predominaban compañeras campesinas, algunas de ellas muy duchas en llevar la canasta sobre el sombrero sin necesidad de ser sostenido por su mano. El baile, a ritmo de erque, natural y continuado.

Ya llevamos casi tres semanas desde el primer acto de anuncio del carnaval, días de agua, de fiestas, de pasacalles y de trabajo a la vez, tanto para los que aprovechan para ganar unos pesos como para la práctica totalidad de la clase trabajadora que no goza de permiso para disfrutar. Sólo los niños y universitarios están sin clases, aunque muchos de ellos deben también trabajar para apoyar la economía familiar. Es una sensación extraña, casi todos se divierten y trabajan casi a la vez, pues mientras se celebra una de las actividades tradicionales del Carnaval los comercios, empresas, talleres, campos, granjas, carreteras siguen en plena actividad laboral.

Sin embargo, el Carnaval, los días importantes del Carnaval, aún no han llegado. El primero es el día 3, el domingo de Carnaval. El corso de mayores supone la fiesta principal de la ciudad. Grupos disfrazados salen en un largo pasacalles, con la más extraordinaria heterogeneidad, soportando que le echen chorros de agua y de espuma, a la vez que la población los admira y, a veces, les aplaude a su paso. Casi todo vale, ir sobrio o ebrio, con traje tradicional o de fantasía, hombre o mujer, niños, jóvenes, adultos o ancianos, haciendo propaganda de una marca, un restaurante o un pueblo, a caballo, en moto, con camión a modo de carroza o a pié, en pequeño grupo, solo o en gran comparsa, con crítica política o sin ella, con música tradicional o carnavalera, lo único indispensable es el buen humor, las ganas de divertirse, la ausencia de vergüenza y sentido del ridículo, y bailar, eso sí, pues si no bailas la gente lo pide a gritos, lo corea hasta iniciar el movimiento. Hasta un policía de servicio puede parecer un motivo de chiste y risa. Los grupos más destacados nos parecieron los que iban disfrazados de Evo y Hugo Chávez, con megafonía que imitaba al presidente, los moteros cincuentones argentinos, grupos folklóricos venidos de Cochabamba, los piratas del caribe, pero sobre todo, como cada año, los reclutas. Son esperados por su originalidad y energía en el baile. Los y las soldados que hacen el servicio militar ensayan sus movimientos y gritos, se hacen sus disfraces, este año de superman, de spiderman, de la masa, de negros timbaleros, se pintan la cara y gran parte del cuerpo, hacen teatros y pasos simpáticos. Toda esa preparación la realizan en el tiempo de cuartel, entendiendo esta participación como forma de divertir a la gente, a la vez que rompe el esquema marcial, distante y rígido del ejército.

CARNAVALEANDO EN TARIJA, BOLIVIA (3)

Y soltaron al Diablo. El mismo sábado por la tarde, el mismo día de la elección del rey y la reina del Carnaval infantil, en la plaza principal que lleva el nombre del conquistador sevillano que fundó la ciudad de Tarija, Luís de Fuentes. En un recorrido pequeño, de solo dos laterales de la plaza, comenzaron a pasar las comparsas disfrazadas unas del traje típico de chapacas y chapacos y otros de Dios sabe qué, bailando y saltando. No fueron más de seis o siete y algunas con el acompañamiento de un camión adornado a modo de carroza. El diablo brincaba de un lado al otro, mientras los chiquillos, y no tan chiquillos, le lanzaban espuma y agua. Mucha espera para un espectáculo corto y muy muy sencillo.

Desde ese día se acrecentó el peligro de mojada en las calles. En cualquier momento y lugar, de día o de noche, con calor o con frío, en un barrio o en el centro urbano, andando o en un transporte colectivo con la ventanilla abierta, puedes ser víctima de globos o chorros de agua desde la otra acera, una azotea o directamente por la persona que contigo se cruza e la acera. Con toda impunidad y descaro. No importa si llevas objetos delicados, documentación, el teléfono móvil, tu cámara no sumergible o el reloj no acuático. Víctimas habituales son las muchachas jóvenes, y agresores seguros niños y adolescentes, con lo que el tinte sexista es especialmente llamativo. No faltan chicas que lanzan también agua o muchachos mojados por la calle, pero es mucho más normal ver a las muchachitas empapadas o llenas de espuma. Algunas se ríen, otras no.

El siguiente jueves fue el “jueves de compadres”. Esto de los compadres es realmente curioso e interesante. Comienza la mañana con un pasacalles folklórico, que llaman entrada de compadritos, en el que niños y niñas, vestidos con los trajes típicos, danzan en un recorrido establecido ante toda la ciudad. Colocan para ello unas sencillas gradas y las autoridades asisten y se dejan ver, dando un carácter oficial y social de mayor importancia. Después de las habituales casi dos horas de retraso, los grupos van saliendo tratando de ser lo más fieles a la tradición y a la vez lo más originales posible. Como incentivo hay premios, pequeños, pero que animan a la participación. El baile es sencillo, a ritmo de erque, en dos filas haciendo dibujos al danzar. En medio el erquero y delante dos de los participantes con la taba. Es un juego campesino tradicional en el que se lanza a una determinada distancia, que no va más de los diez metros, una vértebra de buey sobre una masa de barro. Según como caiga, con la vértebra hacia arriba, abajo o en el lateral, puntuará más o menos. Se marcan los puntos arañando una teja. Jesús salió con su grupo, vestido con el traje y sombrero tradicionales.

Se les llama compadres y comadres a los padrinos y madrinas de bautizo de los/as hijos/as, como estábamos acostumbrados, pero también puedes hacer compadre a un amigo especial, a un compañero de trabajo, a un vecino, a un camarada de juergas, a un recién llegado a quien quieras agasajar. El procedimiento es muy bonito. Ese jueves anterior al Carnaval vas a la casa de la persona a la que quieres hacer compadre, llamas a su puerta, lanzas petardos (cohetillos le llaman acá), le entregas una canasta con (por este orden de abajo a arriba) flores, albahaca, que da suerte, un pan dulce (torta le dicen), pastas (masitas serían), suspiros (esos dulces de azúcar), caramelos y piruletas (dulces), verduras de la temporada (como mazorcas de maíz –choclo-, calabazas pequeñas –zapallitos-, pimientos, ajís –pimientos picantes-, lo que puedas), fruta de temporada (indispensables las uvas y los melocotones –duraznos-, también mangos, higos, mientras más mejor), que simbolizan deseos de abundancia, y todo ello coronado con muchas serpentinas y banderitas de colores clavadas en el pan. Es colorista y muy vistoso. Mientras más completa y más grande mejor. Se la das a quien quieres hacer compadre, mientras lo engalanas con serpentina alrededor del cuello y le echas papelillos de colores (mixtura es su nombre), mejor si se lo insertas en su pelo a montones. Le llevas cervezas frías y brindas con él. Ya es tu compadre.

Puede hacer compadre a otro un hombre o una mujer, y ya sabes que se establece una relación de casi hermandad. Dicen que si un hombre tiene un sentimiento de amor de pareja con respecto a una mujer, si ésta le lleva una canasta él se la rechaza. Igualmente puedes rechazar la canasta si esa persona no te simpatiza, pues no es obligatorio recibirla y hacerte compadre con una persona indeseable. Esto de los compadres es muy serio. Desde ese día se llaman uno al otro compadre. Así que como cada año te hacen o haces compadre a unos cuantos amigos. Media ciudad se llama uno a otro compadre. Para consolidar el compadrazgo al año siguiente el que fue elegido compadre deberá “devolver” una canasta a quien lo eligió. En caso contrario queda frustrado el intento. Igualmente se pueden reforzar compadrazgos de hace años entregando nuevas canastas. Esto se hace desde pequeñitos, habiendo compadritos desde los cuatro o los cinco años, lo cual es un orgullo aún mayor, aunque, teóricamente, limita las futuras relaciones de pareja.

El jueves de compadre, desde temprano, comienzan a oirse por toda la ciudad lo petardos y vas pensando “ya han hecho compadre a uno”. Ves a gente con canastotes por la calle, en el micro, en un taxi o en un vehículo particular. Unos son grandes y otros más pequeños, unos abundantes y otros más escuetos, todo depende de tu poder adquisitivo, de tu habilidad para conseguir los componentes y de tu cariño por tu nuevo compadre. Las calles adyacentes al mercado central son cortadas al tráfico y se llenan de puestos ofertando los elementos de las canastas o las canastas ya armadas, a diferentes precios y calidades. De nuevo, como cada día, el espíritu emprendedor, comerciante y microempresarial boliviano se adueña de la ciudad y en casi en cada esquina hay quien vende duraznos, serpentinas, cohetillos, cervezas o canastas.

El día se corona almorzando o viéndose en el que llaman Campo de los Compadres, un espacio abierto, junto al río (llamado Guadalquivir, nombre esto por el susodicho conquistador sevillano probablemente), donde la Alcaldía ha colocado un escenario que ofrece música y actuación, mayoritariamente improvisada, de gente que se ofrece a subir y cantar ante todo el mundo en ese momento. Decenas de personas han colocado un puestecito donde ofrecen comida (cerdo –chancho-, ají de pollo, saice,…) y bebida (refrescos –soda se le dicen a todos, sea cual sea su sabor-, cervezas, vino, pero sobre todo chicha, mucha chicha –fermento de maíz con baja graduación pero que llega a embriagar si tomas mucha-, que se sirve en unas ollas de barro y se toma con una mitad de calabaza seca única que se va llenando y pasando de unos a otros –un mate le dicen-). Todo ello bajo una sombra hecha con un plástico y unos palos, entre los eucaliptos, sin uniformidad, aunque formando calles. Cientos de personas, muchos de ellos niños y niñas, pululan por el recinto vendiendo cervezas, sprays de espuma, empanadas, y mil cosas más. De nuevo, la necesidad y el sentido comercial de la gente surje, pues no se puede desaprovechar la oportunidad de ganarse unas monedas en este día, mientras otros se divierten. Inevitablemente, ya que se necesitan referencias vividas para aprender y entender nuevas cosas, el ambiente recuerda muchísimo a la Feria de Abril: aglomeración, alegría, gente comiendo y bebiendo, unos cantando tonadas (coplas quejumbrosas, aunque con temas irónicos o de amores, que se me antojan similares a fandangos, a veces en contrapunto, es decir, contestándose uno a otro ante un círculo de amistades risueñas y atentas a la ocurrencia y la creatividad), otros bailando (lo típico es la rueda chapaca, cogidas quince o veinte personas de las manos y corriendo en círculo o haciendo curvas al ritmo monótono del erque –instrumento hecho de un cuerno de toro y pipeta de caña-) y hasta algunos caballistas. Supongo que algo parecido debió ser la Feria de Sevilla antiguamente, antes de las lonas inífugas, la urbanización del recinto ferial, los pagos por caseta, la privatización de muchas de ellas, el asfalto en las calles, la ocupación del espacio de caballos por la oligarquía sevillana, etc….aunque en Tarija no faltan los equipos de música de última tecnología a todo volumen, la coca cola por todos lados, la cerveza de importación y un consumismo propio del siglo veintiuno.

El ambiente, fuera de la denominación “día de los compadres”, es muy familiar y nada exclusivo para hombres. Hay niños y niñas, se llevan a los bebés, van personas mayores y se ríe, consume y disfruta la fiesta desde la hora del almuerzo. Es habitual que un vecino o un conocido lejano te llame desde lejos para invitarte, o que te agarren de la mano para hacerte bailar. Se conversan temas agradables, se presentan unos a otros con cariño y muestran a los nuevos compadres con orgullo. Al ir transcurriendo la tarde, el alcohol va causando efecto y se van viendo más borrachos. Al acercarse la noche, sobre las seis o algo más, se van retirando las familias, quedando mayoría masculina, el clima se va haciendo más denso y las relaciones más difíciles. Los enfados se van multiplicando, la embriaguez se extiende y surge algún que otro enfrentamiento, también en eso me recuerda a la Feria de Sevilla o cualquier feria en Andalucía. Pero hay una gran diferencia, antes de oscurecerse la policía municipal desaloja el recinto y manda a cada uno a su casa. Se cierran los puestos, se prohíbe vender más alcohol, se sacan a los comerciantes, se despiden a los caballistas, y se da por concluida la fiesta, antes de las ocho de la tarde. Desde luego cada cual es libre de seguir bebiendo en otro lugar o de continuar la fiesta en un local o en una casa particular, pero esta intervención municipal es bien acogida por evitar males mayores y diluir el peligro de una gran cantidad de peleas, borracheras y otras dificultades. ¿Se imaginan las protestas, sobre todo de grandes comerciantes, si en Andalucía se hiciera lo mismo? Ya veo los titulares: “cientos de miles de euros se pierden por el cierre temprano del recinto ferial”, “son medidas contra la libertad individual”, “el sector vitivinícola en peligro, serán necesarias ayudas estatales para contrarrestar la medida”, “la cultura y la fiesta en peligro”, etc, etc.

Por supuesto, nosotros vivimos la fiesta lo más intensamente posible. Nombré a un buen compañero compadre y otro amigo y otra amiga me hicieron a mí. A Jesús también lo hizo compadrito un amigo y una amiga, y salió por la mañana en el pasacalles folklórico. En la casa hubo varias canastas, comimos y bebimos a gusto y pasamos un día de lo más agradable.

CARNAVALEANDO EN TARIJA, BOLIVIA (2)

Desde mediados de febrero o antes los niños comienzan a ensayar. Amiguetes por la edad, hijos de amigos y compañeros de trabajo, sin necesidad de anuncios en el periódico, ni publicidad, ni llamadas telefónicas, los chiquillos se avisan que se está organizando un grupo folklórico para salir a bailar en Carnaval. Aparte de las academias de baile, más elitistas y perfeccionistas, por no decir privadas y costosas por la cuota a pagar y los trajes a usar, se arman en los distintos barrios grupos de niños y niñas, y de mujeres también, que ensayan para salir en una comparsa. La alcaldía incentiva esta costumbre con pequeños premios por el número de personas, la gracia en el baile, la originalidad, la fidelidad a la tradición, etc., suficiente para animarles a hacerlo bien, lo mejor posible, y tratar de conseguir uno de estos trofeos para comprar camisetas con el nombre del grupo, cohetes para festejar o petardos para animar. Los jóvenes que lideran estos grupos y que enseñan a los pequeños a bailar pacientemente, día tras días, ya en la noche, lo hacen voluntariamente, sólo por el orgullo de aportar a la fiesta. El coste de inscripción es cero, a pesar que es necesario un pequeño equipo de música y los discos correspondientes para el ensayo. Sólo hay que contar con el coste del traje, el típico de las ojotas (sandalias sencillas de charol), el pantalón oscuro con una cinta llamativa cosida en los laterales (que puede servir el del colegio, que siempre es oscuro), la camisa folclórica de tocuyo (lienzo moreno) con flores bordadas, el sombrero chapaco, la pañoleta y el chalequillo de colores brillantes.
Lo más interesante es lo generalizado de la participación, con grupos por casi todos los barrios, gente ensayando en la calle y muchas ganas de estar allí. En cualquier lugar encuentras un cable que sale de una casa, apenas cubierto por una tabla o un ladrillo, y que llega hasta un reproductor de música colocado en una acera ancha o una plaza. Con eso ya está toda la infraestructura montada, la financiación conseguida, los permisos concedidos, la personalidad jurídica legalizada. No puedo evitar recordar lo vivido en otros lugares con respecto a las asociaciones, a las convocatorias de subvenciones, a las quejas de los organizadores de actos culturales con respecto a la poca ayuda de la Administración, a las quejas de la Administración con respecto a un papel o un requisito que falta, etc, etc.
Y lo más importante es la gente, que haya gente, que no llegue demasiado tarde al ensayo, que nadie quede fuera por no poder comprar una parte de la ropa, que se consiga prestado esto o lo otro para que nada falte, que todo quede lindo y que se disfrute mucho. No hemos visto una mala cara, un enfado. El grupo era de unos sesenta, unos quince niños y cuarenta y cinco niñas, organizado por un solo impulsor, con la ayuda de algún familiar en ocasiones.
El baile no es difícil, una vez que coges el paso es repetitivo. Hacen un baile en dos filas que avanzan en línea y vuelven una y otra vez, al ritmo del erque. Luego, ya con música grabada, pero con un paso muy similar se interpreta la cueca. Es un baile en pareja, con dos partes, la primera y la “segundita”, y tres tiempos en cada parte, con contoneos entre el hombre y la mujer, y subidas y bajadas de brazos con extorsión de las muñecas…contado así parecen sevillanas. Algo se parecen. Los bailarines se acercan y alejan, se cruzan, bailan frente a frente y luego juntitos con el brazo de él por encima de ella y suele finalizar con el chapaco rodilla en tierra. Muy lindo.
El sábado, con cuatro días de ensayo, nos propone el “profesor” del grupo que Jesús, con dos chicos más, se presenten a la elección del rey del carnaval infantil. Le buscamos la ropa típica, que aún no la tenía, le insistimos en el paso a dar para el momento de salir al escenario ante todo el mundo y allá fuimos. Supongo que el pelo larguito y medio rubito habrá sido importante, así como la capacidad de relacionarse porque el paso aún no ha sido interiorizado.
Nos citaron a las nueve de la mañana en un parque donde se iba a celebrar el acto. Comenzaría a las nueve y media. Por supuesto a esa hora no había casi nadie. El día estaba agradable. Había llovido en la noche y había algunos charcos. El cielo estaba nublado, pero se abría de vez en cuando. Suficiente para no quemarnos a pleno sol ni mojarnos. El acto comenzó a las once, con los chicos desesperados. Hubo actuaciones, palabritas de varias autoridades, y fueron saliendo uno a uno niños para el concurso de disfraces. Debieron ser más de treinta. Luego una actuación folclórica. Posteriormente los candidatos a rey del carnaval infantil.
Jesús salió más bien serio, tratando de hacer el paso al ritmo del erque, con su sombrero en la mano. Daba saltos de un lugar al otro, se acercó al filo del escenario, hizo su semicírculo amplio, un poco rápido, y en la puerta de salida dio una vuelta y un brindis con el sombrero. Mientras tanto su grupo hacía “barra”, es decir, gritaba, le animaba, le nombraba, saltaban, hacían sonar sus silbatos,…muy bonito, realmente, pues la barra la componen chicos y chicas que no han sido elegidos para ser candidatos.
En total salieron unos quince niños de entre siete y doce años, Jesús era de los más pequeños. Luego las niñas, pero ellas eran cerca de cuarenta. Salían de una en una, alguna cantó algo, luego por tandas de diez. El acto se hizo tremendamente largo y cansado, ya hasta la emoción de saber el resultado se iba diluyendo y perdiendo. Llegó la hora habitual de comer en Bolivia, las doce, llegó la una. Las dos eran cuando leyeron el fallo del jurado. La elección de una reina, una princesa y una dama, un rey, un príncipe y un heraldo, pareció defraudar a muchos. Parece que fueron elegidos parientes del Consejo Municipal, venidos de academias de baile, y hubo quien protestó y gritó “fraude, fraude”, pero lo mejor es que acabó todo.
Jesús no había vivido con intensidad la competencia. No le dio tiempo ni nosotros le dimos nunca importancia, pero había chiquitos decepcionados. Probablemente, más contagiados por las actitudes de los adultos que por entender realmente la significación, o la poca significación, de lo vivido.
Curiosa experiencia la vivida. Lindo el ambiente y el día completo.

CARNAVALEANDO EN TARIJA, BOLIVIA (1)

Apenas han dejado de oirse los sones de villancicos y adoraciones cuando ya nos inundan los sonidos carnavaleros. Se conocen los Carnavales de Cádiz o de Santa Cruz de Tenerife en España, el de Venecia en Italia, el de Río de Janeiro de Brasil o, al menos en Bolivia, el de Oruro, sin embargo, el Carnaval Chapaco, el de Tarija, la verdad es que era totalmente ignorado por nosotros.
Lo que más llama la atención es lo participativo que es este Carnaval. Todos tienen su espacio, espacios comunes para todo el mundo y espacios específicos para cada grupo, para niños y niñas, para mujeres, para hombres, para campesinos y para citadinos. Otra cosa es su longitud en el tiempo, pues el primer acto fue el 14 de enero.
Ese día fue el anuncio del Carnaval. Un buen grupo de cuarenta o cincuenta caballistas llegaban de las comunidades y los pueblos del noroeste de Tarija hasta la plaza principal. La mayor parte son campesinos y campesinas con su mejor ropa, aunque muy similar a la de trabajo. Y también se une algún señoritingo en su bello equino luciéndose y saludando a sus amistades que lo admiran, pero la verdad es que son los menos. Esto parece que se mantiene como una tradición popular, aún no muy contaminada por la burguesía tarijeña. Algunos llevan sus erques, instrumentos musicales de viento hechos con cuernos de bueyes y boquillas de caña, que suenan de forma repetitiva en un ritmo continuado y tono grave y muy intenso. Otros tocan la caja, un pequeño tamborcillo que se golpea con una baquetilla con la misma mano con la que se sujeta la caja, claro, con la otra hay que agarrar las riendas del caballo.
Junto a los caballos se forman enormes hileras de veinte o treinta danzantes, con sus trajes típicos, bailando al son de los erques, saltando sin parar, cogidos de las manos, hombres y mujeres alternativamente, dibujando ruedas, espirales o curvas permanentes, que se hacen y deshacen constantemente.
Es todo un espectáculo, que quien puede (pues es día laborable, aunque no lectivo) se acerca a admirar, aplaudiendo, comentando y disfrutando del espectáculo. No falta el vino, la cerveza, y, en el campo, antes de montar en el caballo, la chicha, ese famoso fermento de maíz de baja graduación, tan tradicional y ancestral como el mismísimo Tata Inti, o Dios Sol de los quechuas.

lunes, 23 de febrero de 2009

PLANETA GUANTÁNAMO


En agosto de 2007 el diario El Nacional de Bolivia me publicó este artículo de opinión. Hoy, en febrero de 2009, vuelve a tener actualidad la cuestión por dos motivos. Por un lado, porque parece que el nuevo Imperator Obama ha escuchado las voces que piden un cierre inmediato de las cárceles de Guantánamo, aunque no vaya a ser tan inmediato, ni suponga la devolución del territorio a su dueño, ni reparen el daño, ni nada de lo que se pide en este escrito. Y por otro, porque es motivo de preocupación la llamada realizada para encontrar dónde llevar los que hoy están secuestrados allí.
Nos venden un gran avance con el cierre de aquellas salas de tortura pero buscan otras nuevas, en otras partes del mundo, donde no se mancille suelo sagrado estadounidense, quizás en Morón o en Rota, pues nuestros gobiernos colaborarán así en la “lucha contra el terror”. Quieren olvidarse de su vergüenza para salpicarnos a todo el orbe con la misma ignominia, ¿quieren hacer de La Tierra una gran cárcel? ¿el planeta Guantánamo?



PLANETA GUANTÁNAMO

Es fácil recordar una de esas decenas de películas norteamericanas en la que en un futuro lejano un planeta ha sido destinado a cárcel, donde se desarrollan una gran cantidad de barbaridades, donde reina la crueldad, los seres humanos dejan de serlo y sacan lo peor de sí mismos , como si no hubiera otra cosa en ellos. Pero la llamada ciencia-ficción es, más que nunca, depravación-realidad.
Cuando se pasa por la carretera que bordea la base de Guantánamo, al extremo oriental de la isla de Cuba, camino de Baracoa, de playas extraordinarias y hospitalarias poblaciones, no puede uno imaginarse qué está sucediendo allá. Un buen trozo de tierra cubana fue arrebatado a la fuerza, y mantenido también a la fuerza, por la mayor potencia mundial para ser utilizada como basurero de sus propias vergüenzas.
No está justificada la ocupación territorial como estrategia de control de un área, y menos, cuando Guantánamo se encuentra tan cerca de las costas estadounidenses. Tampoco necesita ese país de espacios como el mencionado para instalar sus bases militares, por tantas que posee, y tan vasto poderío tiene en tierra, mar, aire y galaxias.
Quieren sus gobernantes un lugar donde sentirse fuera de las leyes internacionales, fuera de los tratados que tiene firmados a favor de los prisioneros de guerra, lejos de la vigilancia de sus ultrademocráticas instituciones, en las espaldas de sus sistemas internos de control sobre el gobierno. Han construido su propio planeta-cárcel donde poder torturar, vilipendiar, insultar, maltratar, vejar, violar, deshonrar, envilecer, deshumanizar a los que ni tan siquiera declaran detenidos, a los que no consideran prisioneros de guerra, a los que no han juzgado de ninguna forma, a los que les viene en gana.
Ni las denuncias de organizaciones que luchan por los derechos humanos, ni las insistencias de instituciones políticas internas y externas, ni las movilizaciones populares, ni las condenas internacionales, hacen doblar el brazo del ogro.
La “prepotencia mundial” exhibe su poderío sin tapujos, retiene a cientos de personas de diferentes nacionalidades y ni sus estados de origen pueden defenderlos.
La noticia es que el gobierno británico pide a EEUU que libere a cinco presos de Guantánamo, y es considerada de enorme importancia por lo que pueda suponer de giro de la política exterior de Londres con respecto a la de su hijo-amigo americano. Tan tímida es la respuesta del mundo ante tamaño despropósito. Tan suave es el tratamiento que se da a una de las mayores aberraciones que se dan en el planeta a primeros del siglo veintiuno.
Que cierren definitivamente la base militar de EEUU en Guantánamo. Que devuelvan ese trozo de tierra al pueblo cubano, al que nunca debieron robárselo. Que liberen a todos los encerrados en las cárceles ilegales. Que juzguen a todos los responsables de las torturas, vejaciones y detenciones ilegales. Que reparen el daño hecho y permitido. Que indemnicen a todas las personas afectadas. Que esto no vuelva a suceder nunca más.
Deben saber que no estamos dispuestos a permitir, no sólo que cinco presos que han residido en Gran Bretaña estén apresados en Guantánamo, sino que se mantenga esa aberración ante nuestros ojos ni un día más. Porque si llegáramos a aceptarlo o guardáramos silencio algún día podría tocarnos a cualquier habitante del mundo ser la víctima de tal injusticia llevada al infinito. Nuestra Tierra convertida en la cárcel-planeta de las películas, a las que nos tienen tan acostumbrados.

Vicente Álvarez Orozco
8 de agosto de 2007

miércoles, 11 de febrero de 2009

MAURITANIA, EL VIAJE SOÑADO (y parte 7)

Entrar en la gran ciudad con sus calles, su tráfico denso aunque fluido y el permanente adelantamiento de carros de burros, nos choca, después de días de arenas y veredas. En esta urbe no se ven aceras, se conduce a veces contramano y cada cual aplica su propia ley de la prioridad. Se toca el claxon pero no es habitual escuchar fuertes discusiones por la circulación. Los mercados que visitamos los siguientes días así nos lo corroboran. Diferente es la negociación para las compras, en la que se contraponen cifras una y otra vez. Nosotros, por el idioma, tenemos que delegar el regateo, pero somos testigos del pulso que a veces se hace largo y duro. No es tan dulce y lastimero como suele ser en Bolivia pero tampoco tan fuerte y agresivo como en Tánger, pero sí permanente y continuo.
A la playa se puede acceder en pocos minutos pero saliendo al norte de la ciudad puede encontrarse un trecho arenoso, limpio y recto realmente bello por solitario y salvaje. Los camellos, como siempre, pastan sueltos hasta el mar, con un cielo claro de tonos rojizos al atardecer. La estampa es idílica, así lo vivimos nosotros, sin molestia alguna, una pareja que recién llega y un francés que se hizo construir sobre la arena una casa de madera bellísima, aunque sencilla, desde donde escuchar el rumor de las olas.
En Nouakchott los contrastes en la población son llamativos. Esta ciudad, fundada como capital hace unos cincuenta años solamente, sobre las dunas junto al mar, ha atraído a gente de todas partes. Hay extranjeros europeos al calor de embajadas, organismos internacionales y empresas privadas, sobre todo franceses. También comerciantes sirios, marroquíes y de otras nacionalidades islámicas que vinieron a buscar una vida mejor. Pero los grupos más llamativos son los que llaman moros, ya sean más blancos o morenos de piel, de frente ancha, con turbante ellos y melafas ellas, y los que llaman negros, de pelo rizado, piel muy oscura, con mayor variedad de vestimenta. De ambos colectivos se ven individuos occidentalizados, pero quizás entre hombres negros se ve más el pantalón y la camiseta sin el babá ancho moro. El resultado es una imagen donde se cruza el joven de chilaba y cabeza descubierta de la mano de otro, la mujer alta y voluminosa negra de pañuelo en la cabeza y vestido ceñido de colores estridentes, el anciano moreno con babá azul de bolsillo delantero lleno de utensilios y turbante apretado y la chica envuelta en su melafa que solo deja ver pies, manos y ojos. La convivencia es aparentemente normal. Se vive en la misma calle, se comercia en el mismo mercado y se comunican entre sí sin dificultad visible, aunque no se ven parejas mixtas ni mestizajes claros.

Las playas cercanas están llenas de basuras, unas las trae el mar, otras el viento y muchas más son depositadas por las gentes y, sobre todo, por los camiones. Una lástima pues aún conservan su virginidad y belleza, además de ser una costa no explotada por el turismo depredador. Sí están llegando las urbanizaciones de casas adosadas que avanzan por el desierto como una epidemia hacia los cuatro puntos cardinales de esta capital. Algunos incluso dejan atrás los suburbios densamente poblados donde se suceden los habitaciones de lata, malas maderas, telas y plásticos en una miseria sobrecogedora. Las calles de tierra agujereada, cabras sueltas, niños desnudos y jóvenes aburridos se ven por todas partes. Todos son negros y no demuestran la supuesta alegría del pobre. Dispersos por el barrio hay mezquitas igualmente precarias, tiendas pequeñas y locales expendedores de agua, que, previo pago, se puede comprar. También se llenan bidones de petróleo sobre carros tirados por los maltratados y pequeños burros y se vende el líquido esencial en otras partes del suburbio. Se ven antenas de adormecedoras televisiones y cables eléctricos suspendidos en el aire pero no sabemos qué condiciones se viven en estas básicas infraviviendas hacinada junto a otras sin delimitación visible de espacios. También se pueden ver los viejos mercedes de taxi junto a niños pequeños, sucios y solos en medio del polvo.
El otro día conocimos a un extranjero que vive en Mauritania hace tiempo y nos hablaba de una clave aterradora para conocer el país: la desesperanza.
parte 7 y última
enero 2009

MAURITANIA, EL VIAJE SOÑADO (parte 6)

En Rachid, primer pueblo al que llegamos desde Chiguetti, hace una semana, los niños se agolpan para mirarnos, acompañarnos, pedirnos algo (sin actitud limosnera) y hablarnos, o, mejor dicho, escucharnos hablar. Enseguida se nos congregan más de veinticinco chicos y chica, desde dos o tres años hasta catorce o quince, unos blancos como nosotros y otros negros, descalzos o con zapatillas baratas chinas, con pantalón y camisetas occidentales sucias y raídas los chicos y con melafa las chicas, que son menos. La gran comitiva pasea hasta la parte alta del pueblo, donde se ve la ciudad antigua en ruina y la escuela en medio de la nada, sin patio, acotación o una simple sombra entre el pedregal. Las viviendas están valladas con piedras y barro y tienen un espacio central muy limpio y allanado, rodeado de habitaciones no conectadas, con techo de paja y paredes de adobe o caña, con corrales sombreados para las cabras. El orden y la limpieza, en medio de la pobreza y la precariedad, destaca frente a la suciedad de la calle pedregosa y llena de basuras plásticas que el viento se encarga de distribuir por doquier. El acompañamiento llega a ser agobiante pues, ante la novedad que suponemos, nos observan con risas nerviosas como a animales de zoológico, nos miran de arriba abajo, no hay movimiento que sea controlado y se acercan tanto que al andar van dejando solo un estrecho círculo justo para desplazarte. Cualquier gesto brusco es interpretado con temor y te hace sentir temido, pero sobre todo muy raro e incómodo. Sólo la información del bajo índice de robo nos tranquiliza pues el control al que nos vemos sometidos es extremo por esta simpática e inquietante turba de menores de edad.
Algo similar nos sucede en una población donde paramos a comprar pan y parchear una llanta, pero esta vez la inmovilidad y la espera hace que los minutos se hagan interminables. Tocan el pelo de los niños, te observan desde muy cerca, tienes dificultad para abrir o cerrar las puertas de los coches de tanta aglomeración que se forma. Hay quien se atreve a sacarnos fotos desde su móvil y segundos después advertir que no hagan lo recíproco con ellos. Persiguen especialmente a los niños y también los escotes femeninos. El descaro es natural pero incómodo y difícil de aceptar, más aún cuando el rato se alarga y no tienes dónde escapar.
Cuando todavía faltan casi quinientos kilómetros para llegar a Nouackchott, la capital, a la que ya nos dirigimos directamente, aparece el asfalto. Es una carretera estrecha y con un arcén escaso, pero el firme está en buen estado, lo que permite una velocidad aceptable y avanzar bastante. Es necesario estar atentos para esquivar alguna vaca y varios burros, que se quedan muy quietos, pero, sobre todo grandes camellos que cruzan la vía sin pararse con mirada altiva y sin temor alguno. Otro elemento que llama la atención es la enorme cantidad de animales muertos a la orilla del camino. Hemos contado más de cuarenta de gran tamaño, que se pudren al sol y emanan un hedor que el viento se encarga de difundir. Todo ello no empequeñece la belleza y el exotismo para nosotros de este cruzar el desierto, que nos ofrece dunas, páramos con vegetación dispersa, altos rocosos desde los que divisar pueblos, agrupaciones de jaimas y dromedarios y hasta un campo de arroz en el centro de una pequeña laguna.
parte 6
enero 2009

MAURITANIA, EL VIAJE SOÑADO (parte 5)

Constantemente vemos camellos (realmente dromedarios de una joroba) pastando aparentemente libres en los llanos. Es más que probable que sus dueños estén al tanto de su localización y seguro que los recuperan cuando lo desean. A veces se ve a un hombre en un alto oteando el horizonte, cayado en mano, y de hecho cada tarde, al acampar, hemos recibido visitas al tiempo de llegar. No parece tan desierto este desierto. Pero ha habido un momento especialmente espectacular en el manejo de la camellada. Al entrar en un oasis, sensación suficientemente impresionante por sí misma, fuimos rebasados por cuatro o cinco camelleros subidos a sus coloridas monturas, seguidos de un rebaño de cerca de cien ejemplares, pequeños y grandes, oscuros y blancos, jóvenes y ancianos. El oasis se ha formado alrededor de una acumulación de agua en el fondo de un hundimiento de piedra en forma de U, al que también deben volcar las pocas lluvias que haya al año a través de una enorme placa de piedra que, inclinada parece más un tejado que el propio suelo. Al llegar a esa depresión, rodeada de grandes litos superpuestos por la naturaleza, el grupo de camellos que antes vimos estaba acorralado por los pastores que, ya bajados de sus monturas, mostraban rostros adolescentes y hasta infantiles. Giraban sus sogas, con las que golpeaban los lomos de los animales, que a su lado parecían gigantes, y les hacían ir a beber por turnos. Es admirable cómo en medio de este gran desierto puede haber espacios con tanta vida. El sonido reverbera en este hueco de piedras entre el ruido de las patas de camellos chapoteando en el charco, los gritos de los pastores y los chasquidos de los latigazos que dan a los animales para tenerlos en un terreno circular tan reducido. Terminada la faena, los chicos arreglan sus turbantes, montan en sus cabalgaduras y se marchan despidiéndose entre risas y comentarios adolescentes. Un camello grande y de aspecto maduro y dominante comienza a caminar lentamente hacia la salida del web, ningún otro le adelanta y no hay humanos que los guíen. Camellos viejos, jóvenes, camellas con sus crías, van siguiendo al líder hasta quedarse todo vacío y completamente en silencio. Hay pozos normalmente en las tierras más bajas, en lo que parecen ramblas, cauces secos de ríos temporales. Son agujeros en el suelo, sin brocal ni protección alguna, donde se congregan burros, al frescor de la mínima humedad, y personas que usan un esportón de goma o plástico atado a una cuerda con el que extraen el tan preciado líquido. Unas veces está turbio y arenoso, pero otras sorprendentemente transparente. El orificio está apuntalado rústicamente con maderas y no tienen más de un metro de diámetro. Al parar a repostar agua se acercan chiquillos y mayores, a veces piden algo incomprensible para nosotros y otras se limitan a mirar con caras de sorpresa.
parte 5
enero 2009

MAURITANIA, EL VIAJE SOÑADO (parte 4)

Paramos a comer a media distancia de unas jaimas y, al cabo de unos minutos, dos hombres con sus camellos y un buen grupo de mujeres con sus niños y niñas nos estaban rodeando. Se acercan prudentemente pero se sientan junto a nosotros entre sonrisas y saludos, nada puede hablarse por la barrera idiomática. Parece ser una simple visita de cortesía, algo relacionado con el mandato coránico de hospitalidad o con la necesidad de, en medio del desierto, encontrarse con otras personas. Sacan unas telas donde se exponen puntas de flechas, hachas líticas y alguna artesanía tradicional muy rústica, de la que nos gustan a los turistas. También es buen momento de comerciar un poco y recolectar algunos productos difíciles de conseguir como botellas vacías, leche de vaca, algún medicamento, además de galletas o pan de molde que los extranjeros regalamos. La sensación es extraña por inusual y más naturalidad muestran ellos que nosotros. Por nuestra costumbre colocamos la comida en el centro y nos sentamos rodeándola para así llegar todos, pero al estar estos visitantes fuera del círculo y quedar éste tan cerrado pareciera, si mirásemos desde lejos, que protegiéramos la comida y nos apiñáramos como una fortaleza. Nuestros niños son los que expresan más claramente el desconcierto, miran con descaro y desconfianza, se cambian de sitio y buscan protección acercándose unos a otros, mientras tanto los adultos no decimos nada, pero comemos en menos tiempo que nunca, apenas intentamos conversar, ni entre nosotros, y se palpa el nerviosismo.
El camello no parece un animal especialmente dócil. Grita y muestra sus dientes de forma agresiva, incluso cuando el dueño le manda sentarse para ser montado. Es necesario pisar la cuerda para que sienta la presión en su hocico hacia el suelo. Es brusco al levantarse, como si esa postura, tumbado sobre sus patas, le fuera incómoda o dolorosa, lo que hace que la silla, bien atada a la joroba, se meza violentamente hacia delante y hacia atrás después, con lo que debes estar bien sujeto y prevenido al centro de la montura. No fue mi caso, por lo que protagonicé una escena vergonzosa elevando las piernas por lo alto y estando a punto de perder el equilibrio, lo cual hubiera sido penosos y hasta peligroso, pues el animal te lleva a más altura que una persona.
parte 4
enero 2009

MAURITANIA, EL VIAJE SOÑADO (parte 3)

Montar el campamento es tan laborioso como interesante, desde montar las jaimas como instalar unas camas de campaña que nos alejan de alacranes y arañas sospechosas. Pero más impactante ha sido ver llegar desde la lejanía a dos grupos de mujeres con su artesanía. En este desierto en el que nos hemos internado no parece haber lugar donde apartarse del consumo y el comercio, pues frente a las jaimas montan sus tenderetes en el suelo y esperan pacientemente a que nos acerquemos a comprar, mirar o conversar, si podemos.
La noche se torna ventosa y fría. El día luminoso, resplandeciente. Un buen desayuno y en marcha. Este campamento de fortuna se monta y desmonta en poco tiempo con la colaboración de todo el mundo. Hoy es día de arenas, de dunas que se suceden una y otra vez, como todos.
El desierto es lo más alejado de la uniformidad que se puede imaginar. Entre la finísima arena aparecen ramas carnosas con hojas verdes y grandes, en una imagen incomprensible. Entre varias dunas se descarna un trozo de tierra con piedras y pajizos amarillos. Al fondo, una montaña marrón rivaliza con el blanquecino predominante, como la nieve suele hacerlo de forma contraria. Se recortan en el horizonte suaves curvas, rotas esporádicamente por un arbusto o dos que, altaneros, se niegan a sucumbir en tanta aridez. El cielo y la arena va tomando diferentes tonalidades rojizas al atardecer.
Nos orienta nuestra guía mauritano. Va en cabeza con su todoterreno y sabe perfectamente por dónde debemos ir en esta pequeña caravana de tres vehículos. Con ayuda de intérprete, pues habla francés y árabe hasanía, cuenta que se crió en el desierto, que no fue a la escuela primaria, sino únicamente a la coránica, donde aprendió a leer y escribir el árabe clásico, con el que reza, pero que lo que sabe, dice, incluido un poco de italiano, es lo que le enseñaron los turistas. Anima al grupo con sus enigmas o adivinanzas, comenta y explica, acepta toda la comida y bebida que se le ofrece, nada pide ni protesta, duerme en su propia carpa individual occidental de igloo, mientras nosotros lo hacemos en jaimas tradicionales. Ora cuando tiene ocasión, primero de pié y luego de rodillas, doblándose hasta posar la frente en el suelo, siempre mirando al este, a la Meca. Acompaña cada momento, intermedia con todo el que nos encontramos. En una ocasión fue a llevar a unas mujeres a sus jaimas y tardó por tomar té con un anciano, nos contó. Otra noche se marchó a comer cordero con unos camelleros. Se le ve con leche de oveja que le han regalado y hace amistades con todo el mundo. Ha encontrado en esta actividad de guía una fuente de ingresos y de aprendizaje, aunque le obliga a estar lejos de su familia y hogar. Cuando se le ve salir de su coche y correr rápidamente a otear a uno y otro lado o a tocar con su mano el suelo, uno se pregunta hasta cuándo podrá hacer este trabajo y qué secuelas de aculturación le quedarán a este hombre simpático y sencillo, que casi siempre lleva turbante con su ropa tradicional y hace el té en el suelo al menos una vez al día.
No se ven muchos animales por el desierto o, probablemente, nosotros no sepamos verlos. Algún lagarto que otro de un palmo y medio de largo, un halcón y una lechuza pequeña. Hemos visto huellas de gacelas del desierto, que están en vías de extinción. Cada mañana se descubren rastros de reptiles, pájaros y pequeños animales, que durante el día se apartan del sol que, aunque provoca un calor muy seco, ha llegado a ponernos en cuarenta y dos grados. También dicen que hay chacales, escorpiones y arañas, pero apenas hemos visto un alacrán a pesar de las precauciones tomadas.
parte 3
enero 2009

MAURITANIA, EL VIAJE SOÑADO (parte 2)

Chinguetti es una ciudad encantada. Su parte antigua, no en el centro sino al lado de la que llaman moderna, parece llena de fantasmas. Con edificios de piedra en medio de un desierto de arena, fue nudo comercial de caravanas camelleras durante siglos. La fabulosa mezquita de anchas columnas y sobresaliente minarete está en uso pero, salvo ésta y algunas tiendas de artesanía, precarias y entre muros caídos, toda construcción está abandonada y medio derruida.
No es difícil ver restos de estantes entre sujeciones de adobe, puertas antiguas con pestillos de madera que ya nada guardan, columnas mostrando su anterior vida de palmera. Las piedras se apilan casi sin argamasa y han debido venir de lejos pues las dunas cubren los alrededores. Sólo un palmeral con huertos de oasis enverdecen un poco el entorno que, según dicen, hasta el año pasado estaba plagado de turistas franceses. Ahora, tras el golpe militar de agosto, con la excusa del asesinato de unos extranjeros junto a la carretera a la capital, el gobierno galo ha desaconsejado este destino. Parecen más motivos de presión política, pues se ha encauzado el turismo a Argelia o a Israel curiosamente.
Al internarnos en el desierto se comienza a sentir una lógica sensación de soledad, tanto transmisora de tranquilidad como de necesaria autosuficiencia en caso de problemas. Hay zonas de dunas de fina arena, eriales sembrados de piedras, algunos arbustos resecos y montañas de llamativas formaciones talladas por el viento permanente.
Más de cinco veces se clavó alguno de los vehículos, debiendo empujar con fuerza, pero el guía va señalando un camino plagado de curvas incomprensibles, subidas y bajadas y paradas para reorientar el rumbo. Por algún extraño arte sabe dónde está lo más duro y transitable.
parte 2
enero 2009

MAURITANIA, EL VIAJE SOÑADO (parte 1)

Este viaje estaba soñado hace tiempo, hace años, desde que nuestros amigos fueron a vivir a Mauritania. Para nosotros era un país desconocido, como para la totalidad de nuestro círculo social y para la práctica totalidad de la gente de nuestro país. Una pena, porque probablemente la cultura de los mauritanos, los maures, los moros, se baña en las mismas fuentes que la de nosotros, los andaluces.
La primera dificultad ha sido conseguir pasajes razonables en el precio. Los destinos no turísticos para las masas, nunca más de diez o doce, son de difícil acceso. Dicen que la globalización nos ha traído la ruptura de fronteras culturales, pero no es cierto cuando intentamos acercarnos a lugares “no elegidos” por el mercado. Finalmente hemos obtenido boletos para el trayecto no sin antes orientar a las agencias con la información enviada por nuestros anfitriones.
Arena, burros, autos de lenta circulación y calidades extremas, o muy buenas o muy malas, pequeños tenderetes en las esquinas de anchas calles, enormes caserones junto a jaimas portátiles, son las primeras imágenes de este país que captamos en un corto paseo después de descansar plácidamente hasta media mañana.
Nos recuerda mucho al Sahara, a los campos de refugiados junto a Tinduf que visitamos hace unos años. Los rostros, la vestimenta, el adobe, las miradas extrañadas pero respetuosas. ¿Sería así la República Árabe Saharaui Democrática si hubiera obtenido la independencia en vez de entrar en un proceso de resistencia, guerra, éxodo y penuria?
El puerto de Nouakchott es un tremendo mar de embarcaciones. De largas esloras y pintadas de colores, dibujos y rótulos en árabe muy llamativos para nosotros, están permanentemente dispuestas en filas hacia el océano, generosísimo en pescado. Un fortísimo olor se extiende entre cientos de tenderetes, pero lo que más nos impresiona la miseria generalizada. Vamos paseando entre miradas que nos ignoran, necesitando vivir su ida sin distorsiones de turistas curiosos y ociosos. Caras con legañas, ropa muy sucia e insuficiente, basura en un suelo regado de escamas, burritos escuálidos y tristes jalando de carritos que parecen pesar cinco veces lo que ellos, adolescentes cargando cajas y mujeres apartando moscas de cien variedades de peces, algunos tan grandes como una persona. La imagen es dura, bulliciosa, dinámica, de esfuerzos enormes, de lucha por la supervivencia. Pero no nos ha parecido alegre, simpática, armónica, sino ansiosa, difícil, quizás traumática. Conocemos situaciones de pobreza, pero sería necesario un gran propósito de asepsia, de enfriamiento, para contemplar estas imágenes sin consternarse.
parte 1
enero 2009

viernes, 6 de febrero de 2009

UN MUNDO FELIZ

Juan se ha levantado esta mañana al sonar el despertador. Este aparato está hecho en China, igual que el pijama que tenía puesto. Para él tener ese despertador, además del que tienen cada uno de sus hermanos y hermanas, papá y mamá, y el que tiene su celular y en su reloj de pulsera, ha sido posible debido a que ha tenido que bajar mucho el precio de esos aparatos. Las materias primas y la mano de obra utilizadas para su fabricación debieron ser muy baratos pues si le restamos la parte que se queda el comerciante y el coste del transporte desde ese país tan lejano, es fácil entender que el producto en sí fue comprado por poquísimo dinero, por mucha tecnología y mecanización que se hayan aplicado.
Luego tomó su desayuno, de cereales, pan o galletas, que fueron fabricados con harinas de trigo y otras, subvencionadas en su origen. Los estados nacionales, especialmente Estados Unidos y la Unión Europea, gastan grandes cantidades de dinero público, que podría usarse en programas sociales o de cooperación, en mantener una producción agrícola más cara que la de los países vecinos. Además suele beneficiar esta práctica mucho más a los grandes propietarios que al campesinado de sus países con lo que se generan mayores desigualdades.
Juan sale de su casa hecha de cemento y de hierro. El cemento se fabrica muy lejos de su ciudad, donde la enorme contaminación que estas industrias generan son provoque enfermedades o deterioro medioambiental, lo cual podría hacer reaccionar a la población, aunque deje la atmósfera irrespirable y las tierras cercanas muy dañadas casi de por vida.
Subirá luego en un vehículo a motor. Por supuesto fabricado no se sabe dónde, porque hay ensambladoras en lugares conocidos, pero las piezas son de origen desconocido, porque lo que importa es que sean baratas y asequibles aunque sea debido a la explotación de obreros, el uso de mano de obra infantil, adolescente o semiesclava, por ejemplo de inmigrantes atemorizados por una amenaza permanente de expulsión o de personas en extrema necesidad.
El transporte utiliza directa o indirectamente combustibles fósiles, normalmente derivados del petróleo, que ya sabemos que es limitado, geográficamente concentrado en algunos lugares, sucio, contaminante y en poco tiempo agotable. También sabemos que es motivo de conflictos, de guerras directas o encubiertas, de despotismos y oligarquías trasnacionales y nacionales.
Juan se dirige a su centro de formación o a su limpio puesto de trabajo, donde sabe que no podrá acceder la gran mayoría, pues sólo unos cuantos en el planeta tienen la oportunidad de estudiar o de trabajar en un lugar adecuado, lo deseen o no, sean aptos para ello o no, gocen de dotes particulares o no. La capacitación y el trabajo digno se convierten así en instrumento de discriminación, de mayor aporte a los más favorecidos y de mayor distancia con los que no tuvieron la oportunidad.
A mediodía come verduras, pescado, carne, legumbres y otra cosa rica. Para ello existen granjas donde los animales más que criarse se fabrican como si fueran objetos. Y algo similar sucede con los vegetales, cargados de químicos y con condiciones artificialmente creadas para una producción forzada, con enorme desgaste medioambiental, nutricional y hasta estético. El café que toma al finalizar el almuerzo está cultivado a miles de kilómetros y pagado a precio de miseria, según su cotización en la bolsa de la también lejana Nueva Cork probablemente. Le pondrá azúcar, que han blanqueado con productos poco saludables para su organismo, y un poco de leche, que ya no procede de las vacas de su región, pues dejó de ser rentable económicamente y la traen de otro país, después de arrebatarle su nata y añadirle algún componente para que supere el tiempo de transporte y almacenamiento en el comercio y en casa.
En la tarde Juan va al cine o ve la televisión, donde estoicamente aceptará modelos culturales ajenos, verá comportamientos extraños a su vida cotidiana y absorberá valores sexistas, violentos, racistas, consumistas y manipulados, que ya le venían presentando desde siempre en la escuela, la calle, el grupo de amigos y la propia familia, por lo que ya los considera hasta normales.

Juan es parte de un gran engranaje depredador, injusto, insolidario, discriminador, belicista, dañino, insostenible y perverso, y quizás ni lo sabe.

Si lo supiera, si fuera conciente, quizás podría hacer algo, no todo, pero sí algo para ir modificando la situación.

Noviembre 2007
Revisado febrero de 2009